EDITORIAL

Recordar, para que la historia no tse repita

Recordar, para que la historia no tse repita

A pesar del tiempo transcurrido, vale la pena rememorar lo ocurrido en un día como hoy porque los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla

En la madrugada de un día como hoy, el 1 de noviembre de 1979, hace ya 34 años, comenzó a escribirse una de las páginas más vergonzosas de la historia nacional. Ese día, un grupo de miembros de las Fuerzas Armadas, con el apoyo de muchos de los más importantes dirigentes del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y del Movimiento Nacionalista Revolucionario de Izquierda (MNRI), unió sus fuerzas para derrocar al gobierno de Wálter Guevara Arce.
La descabellada aventura golpista felizmente fue breve. Apenas duró 16 días, pero fueron suficientes para que el golpe de Estado figure entre los más cruentos. Es que en apenas algo más de dos semanas, llegó a más de cien el número de personas muertas y a más de 500 las heridas, como consecuencia directa de la violencia militar.
De nada sirvió que durante esos 16 días se aplicaran en todo el país los mismos métodos represivos a los que recurrieron otros regímenes de aquellos tiempos. Los medios de comunicación fueron clausurados o intervenidos, se obligó a las radios a transmitir en cadena, todas conectadas a la emisora oficial; las mazmorras policiales se llenaron de quienes se oponían a la aventura, pero nada fue suficiente para detener la voluntad de la inmensa mayoría del pueblo boliviano que había ya decidido optar por la institucionalidad democrática y no permitir que el destino del país volviera a caer en manos militares.
Sin embargo, y pese a lo efímero que fue, el daño hecho a nuestro país por el golpe de Todos Santos y sus autores fue enorme. Y no sólo por la cantidad de víctimas, sino porque en cuestión de horas desbarató el mejor resultado obtenido, tras meses de arduo trabajo, por la diplomacia boliviana en toda la historia del litigio con Chile después del tratado de 1904.
Ambos hechos –la cantidad de víctimas y la derrota infligida a nuestra política exterior– tendrían que haber sido más que suficientes para que los autores del golpe de Todos Santos fueran sometidos al más severo juicio y obligados a sufrir las consecuencias de sus actos. Pero no sólo que eso no ocurrió, sino que, como si nada hubiera pasado, militares y civiles continuaron durante muchos años, algunos incluso hasta los tiempos actuales, participando activamente en la vida pública nacional.
Tal impunidad se explica en gran medida por la debilidad con que la democracia boliviana dio los primeros pasos cuando iniciaba el recorrido que hace poco cumplió sus primeros 31 años. Todavía estaban muy fuertes los factores de poder proclives a recurrir a los métodos dictatoriales, y muy frágiles los mecanismos institucionales que sólo después de 1982 poco a poco fueron consolidándose. Pero la facilidad con que los autores del golpe eludieron su responsabilidad histórica, también refleja la falta de sinceridad con que muchos de los protagonistas de la democracia boliviana se adscribieron a ella más por motivos prácticos que por cuestión de principios.
Los 34 años transcurridos desde entonces, y lo lejanos que parecen esos tiempos, sobre todo para las generaciones jóvenes, pueden hacer que parezca ya innecesaria la rememoración de esos hechos, para dejar la tarea a historiadores. Sin embargo, vale la pena mantener viva la memoria porque, como es bien sabido, los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla.