RAÍCES Y ANTENAS

¡Disfrute la vida! ¡Crie un adolescente!

¡Disfrute la vida! ¡Crie un adolescente!

Gonzalo Chavez A..- Disfruto de una vida entretenida y salvaje. Tengo hijas(o) y sobrinas(o) adolescentes que cada día me echan en cara, sin medida ni clemencia, su juventud y lo que es mejor me contagian de su alegría desenfrenada. A continuación presento un testimonio. No pretendo hacer ninguna interpretación, menos aún ser prescriptivo. Esto es simplemente imposible. Cada caso es un caso. Una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa. Y una cosa lleva a otra cosa. En todo caso, no hay peor cosa que no hacer caso a un púber.
El pueblo adolescente es esencialmente populista. Está absolutamente convencido que agua, luz o teléfono tienen una oferta infinita y son servicios gratuitos gracias al proceso de cambio desde tiempos inmemoriales. Como los adolescentes son el centro del universo todas la luces de la casa deben prenderse a su paso y no apagarse nunca más, además su cotidiano necesita de una eterna banda sonora, por lo que en cada cuarto de la casa debe tener encendido, a todo volumen, un radio, ipod, tocadiscos, televisor y cualquier aparato que haga mucho ruido. Luz, sonido, acción es la consigna. Inclusive, recordando un viejo chiste sobre argentinos, si hay una tempestad con rayos, es porque la naturaleza le está sacando fotos con flash. Un adolescente es como un argentino-porteño a tiempo completo.
Un adolescente, que se respeta, deja correr el agua caliente por lo menos media hora antes de entrar a la ducha, hasta que el cuarto se convierta en sauna a vapor. Los baños pueden prolongarse por horas. Sospecho que estos jóvenes actuales son como las víboras, se sacan la piel, la jabonan hasta sacarle brillo y se la vuelven a poner.
¿Y las llamadas telefónicas?, estas pueden durar noches enteras. Los asuntos son infinitos e insondables. En una oportunidad una de mis hijas habló a Alemania por seis horas creyendo que era llamada local. Pagué un ojo de la cara, encima tuve que poner cara de tuerto feliz. Contrariamente a la total fluidez comunicacional entre jóvenes, que un adolescente responda a una llamada de celular de sus progenitores, especialmente si está en una fiesta, es una tarea simplemente imposible. Conjeturo que cuentan con la complicidad de las empresas telefónicas, sean estas privadas o públicas. Los pretextos son espectaculares: un árbol cayó en la antena de la empresa telefónica justo en el barrio de la pachanga, el servicio es malo porque nacionalizaron la empresa, el timbre se confundió con la música electrónica, la batería se acabó porque se cayó al inodoro, la señal era pésima porque la empresa es una transnacional chupa sangre de los jóvenes, el celular se lo tragó el perro, lo tenía una amiga que es sordita. Al final la culpa la tienen siempre los padres por darle un celular viejo que no suena bien y no agarra ni las señales de tránsito.
Las masas adolescentes reinventan el tiempo y son como los políticos tienen memoria corta. El día no se divide en horas o minutos, sino en cachitos y ahorititas. Si su hijo le dice: en un cachito salgo de la fiesta prepárese para una eternidad. En una oportunidad en la puerta de una disco espere 5 cachitos hasta que me dormí y encima me desperté con un reclamo por no ser más paciente. O “el ahoritita voy a estudiar” significa un largo preámbulo de vueltas sin sentido o de lo que los gringos llaman procastination, cuya traducción libre sería hueveo al fósforo. Y encima viene la afronta a la memoria. Mi papá nunca me recoge a tiempo y frente a la media naranja uno pasa de chofer abnegado a sospechoso número uno de estar viviendo una segunda adolescencia a costa del vástago. La tardanza del mozalbete es, en realidad, una coartada para encubrir andanzas al filo del Código Penal del progenitor.
La tribu adolescente es nativa de internet y a substituido el espejo por la foto digital. En mis épocas la máquinas fotográficas tenían, con suerte, un rollo de 36 tomas. Cada disparo, cada toma debía ser cuidadosamente seleccionada y la calidad de foto, la sonrisa y el paisaje debía pasar por el sagrado proceso de la revelación. No había sensación más dulce y misteriosa que ir a recoger las fotos del viaje o la fiesta. La gente y las montañas salían más bonitas porque no se desperdiciaba la mágica oportunidad del click. No digo que eran mejor, pero era otro gustito. Ahora, en la era del ipad, nuestros jóvenes se sacan fotos compulsivamente, tiene ametralladoras digitales que pueden albergas miles de fotos. Los adolescentes pasan sus reuniones posando y no charlando. Colocando todo en el Facebook, retratando la anatomía de los instantes. Infelizmente la deliciosa adolescencia es un estado que se cura con el tiempo y uno se olvida rápidamente, nada como que a uno le recuerden las nuevas generaciones. Dedico esta articulo a mi adolescente preferida, mi hija menor, que la esta pasando bomba, como corresponde.