EDITORIAL

Libertad a medias en Rusia y China

Libertad a medias en Rusia y China

Habrá que meditar ya no sólo en torno a la ausencia de libertad, sino también a la libertad económica en ausencia de libertad personal en otros campos del quehacer humano.

Al ya exitoso camino transitado por la estrategia energética de la Federación Rusa bajo la dirección –desde hace 13 años– de Vladimir Putin, se suma la reciente decisión del Plenario del Comité Central del Partido Comunista Chino de profundizar las dinámicas capitalistas y de libre mercado, junto a otros esfuerzos más reducidos por liberalizar la economía, como los emprendidos por la República de Cuba.
Todos estos países tienen como común denominador el hecho de que otrora sustentaban modelos económicos basados en un estatismo férreo y en duros controles al mercado, junto con una casi total proscripción de la iniciativa económica privada. La nueva vía que transitan indica, nada más y nada menos, que el reconocimiento del fracaso de dichos modelos ante nuevas experiencias en el campo económico, que les han significado éxitos traducidos en rentabilidad, generación de excedentes y crecimiento.
Vistos y comparados los resultados de hoy y de ayer, y aunque en otros países aún se pretenda neciamente implantar el estatismo, los entonces Estados comunistas comienzan a percibir, además, que el potenciamiento económico también está propiciando el incremento de su poder político global de manera, incluso, más eficiente que en las épocas de la Guerra Fría.
Sus lecciones aprendidas en el campo económico deberían constituirse en valiosas herramientas para países en desarrollo y para aquellos que, por los devenires de la política, se encuentran ante la disyuntiva de adoptar el estatismo o propiciar la apertura económica. No vaya a ser que nos condenemos por propia voluntad a incurrir en los errores de los que claramente los pasados paradigmas del comunismo ahora huyen presurosos.
No obstante, otra característica que comparten China, Rusia y Cuba entre otras, es que la libertad y los derechos políticos y sociales de sus ciudadanos no evolucionan a la par que la apertura económica, constituyéndose en una especie de Estados totalitarios ultracapitalistas, en que el beneficio del crecimiento, la libertad y los privilegios, son patrimonio de las burocracias encaramadas en el poder. No se parece, pues, a la prosperidad alcanzada en otras latitudes, donde el crecimiento económico era fruto de la libertad del ciudadano.
El éxito económico, entonces, no habría significado mucho para los ciudadanos de estos países puesto que, igual que antes, no tendrían el derecho de actuar libremente en las esferas política y social, y la única diferencia sería que sus gobernantes han aprendido a hacer buenos negocios con el mundo occidental.
Así las cosas, habrá que meditar ya no sólo en torno a la ausencia de libertad, sino también a la libertad económica en ausencia de libertad personal en otros campos, y a la pertinencia de considerar este valor –la libertad– como un sujeto que puede ser parcelado y clasificado al aplicársele los adjetivos “económica”, “política”, “social” u otros, o como un principio indivisible que involucra la libre acción humana en todos los ámbitos, y cuya existencia está en duda cuando poderes arbitrarios restringen alguna de esas acciones sin contar con la única justificación posible para hacerlo, que es, el respeto a la libertad y el derecho ajeno.