Ancestralismo: la tónica del neopopulismo
Ancestralismo: la tónica del neopopulismo
Gonzalo Rodríguez Amurrio.- Una de las características del neopopulismo latinoamericano es el uso de un discurso demagógico de amplio contenido emocional, que mantenga una masa movilizada bajo la expectativa de cambio. En el caso boliviano, si bien dicho discurso suele estar relacionado con el "socialismo del siglo XXI”, su sesgo esencial resulta ancestralista.
Desde el nacimiento del Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos (IPSP), que terminó en los hechos subsumido en el MAS, el partido de gobierno reivindicó "lo ancestral” como el eje de su discurso. Así, mientras el desaparecido Chávez re-fundó la "República” Bolivariana de Venezuela, aquí primó el discurso de la "destrucción de la República”, como necesaria para dar paso al Estado Plurinacional.
Tan importante es el uso del ancestralismo para el gobierno que el Presidente fue entronizado en Tiwanaku, impuso la consigna del vivir bien, el vicepresidente contrajo nupcias en Tiwanaku y, en la celebración de los 75 años del departamento de Pando, se enfatizó la ceremonia inter-religiosa, en pos de promover ritos ancestrales.
La influencia de ese ancestralismo es tal que los aliados del gobierno, de formación comunista o indigenista, hablan de "socialismo comunitario” y "democracia comunitaria”. El propio nombre del proceso de cambio remata lo afirmado: "revolución democrática y cultural”, así como su emblema la mentada "descolonización”, con lo que no queda duda que la verdadera tónica del neo-populismo del gobierno es el ancestralismo.
Ahora bien, suele caracterizarse al gobierno como indigenismo de izquierda, pero la asignación de ambas categorías deja de tener asidero conforme transcurre el tiempo. El falso indigenismo quedó develado como simple careta con la represión a la VIII marcha indígena en Chaparina, la imposición de una post-consulta en el TIPNIS y el hostigamiento a partir de las llamadas poblaciones interculturales en contra de diversos pueblos indígenas.
A su turno, del supuesto carácter de izquierda del gobierno, sólo quedan sus recurrentes expresiones contra el capitalismo y EEUU, porque en su práctica cotidiana y sobre todo desde 2011, de manera sostenida busca deslegitimar a las bases sociales de toda izquierda: los asalariados en general y la clase obrera en particular.
Tal es su sesgo ancestralista, que en relación a los asalariados de Bolivia desarrolló una suerte de teoría nefasta, según la cual los derechos laborales y conquistas sociales son considerados privilegios por regular antes que respetar.
Bajo tal mentalidad es frecuente escuchar a personeros del gobierno y movimientos sociales que la jornada diaria "minima” es ocho horas, cuando la legislación nacional e internacional definen como jornada máxima y no mínima. Les lleva incluso a la falacia, como la oportunidad en que el Vicepresidente afirmó que los médicos del sistema público fueron contratados por ocho horas y sólo trabajaban seis, desconociendo que existen decretos con los que fueron contratados dichos profesionales. Y así la lista de ejemplos podría abundar.
Pero, el daño que se causa a los asalariados no es lo único que afecta al país, se extiende a una amplia gama de clases medias. Bajo el ancestralismo se socapa la mediocridad en desmedro de profesionales valiosos y el conocimiento científico. Vivimos ya ocho años de des-intitucionalización generalizada, con autoridades interinas, puestas por favor gubernamental y, con consecuencias serias; basta recordar el último Censo de Población y Vivienda, en que la incompetencia terminó dilapidando valiosos recursos económicos, con resultados que nadie cree y menos sirven para algo serio y sincero.
Lamentablemente, ese ancestralismo en 2006 fue la clave que permitió arrastrar a la población boliviana tras los designios del actual gobierno, pero menos mal ha tocado fondo. El despertar de los asalariados y de amplias capas de clases medias comenzó, y no hay duda que ahora es un cambio de proceso el que con urgencia siente el país.
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