DE-LIRIOS
Los mitos de la coca
Los mitos de la coca
Rocío Estremadoiro Rioja.- Nunca olvidaré cuando, estando en España, una visita de Bolivia me trajo una cajita de mate de coca. Acababa de abrir el envase cuando ya tenía en mi puerta una aglomeración de amigos y vecinos de residencia universitaria de todas las nacionalidades, ansiosos por probar la “sustancia prohibida” de la “boliviana”, de seguro pensando que un inocente mate sería equivalente a una aspiración del tan conocido “polvito blanco”.
Esta anécdota sirve para ilustrar cómo la hoja de coca tiene tras sí una carga tan grande de estigmas que es muy difícil estudiar con la seriedad que se requiere.
Por un lado, el mito más divulgado a nivel mundial y fomentado por la hipócrita “lucha antidrogas”, es el referido a que la coca es sinónimo de cocaína. La cocaína se genera en base a la extracción de un alcaloide que se encuentra en algunas variedades de la planta y que luego de un proceso químico, se sintetiza. De esta forma, la coca no es cocaína al igual que la adormidera no es morfina y menos heroína.
Sin embargo, el mito que está más insertado en la conciencia colectiva boliviana, es el que sacraliza la coca, vista como “hoja sagrada”. No discutiré que pudo haber sido consagrada por culturas precolombinas, tampoco dejaré de valorar sus propiedades medicinales y usos rituales. Pero me preocupa su idealización porque ello conlleva al fanatismo acrítico y que nos conserva, como país, en el autoengaño.
La sacralización de la hoja de coca evita que aceptemos que la economía boliviana, hace décadas, está narcotizada. Bajo el imaginario de la “hoja sagrada” se han justificado miles de hectáreas de coca que van directo a la producción de cocaína. Los que akullikan, bien saben que la coca del Chapare, no se usa ni es apreciada para ese fin. Entonces, en lugar del falaz discurso de la “hoja sagrada”, ¿no sería mejor abordar el debate de la legalización de las drogas y, de esa manera, dejar de mentirnos respecto a la actividad de un buen número de bolivianos involucrados en una cadena productiva ilícita?
La sacralización de la coca tampoco permite aceptar que su producción en gran escala degrada el suelo, siendo un atentado contra el medio ambiente. Con el argumento de la “hoja sagrada”, siguen siendo “colonizados” extensos territorios y parques naturales; esos lugares se están convirtiendo en desiertos verdes donde sólo reina esta planta. Ni qué decir del avasallamiento a comunidades indígenas en estas zonas, que ven mermados los recursos de los que viven e invadidas sus tierras.
Igualmente, la alegoría de la “hoja sagrada” impide que reflexionemos sobre lo funcional que fue el consumo de coca por los mitayos y trabajadores mineros en condiciones de semiesclavitud. ¿Qué más pudo pedir el explotador colonial o el acaudalado plutócrata republicano de la plata o estaño, que la “asistencia” de unas útiles hojitas que posibilitaron el “ahorro” en la alimentación de su fuerza de trabajo y que además hacían que cumpliera con extendidas e inhumanas jornadas laborales? ¿Qué más sueño cumplido para cualquier esclavista o capitalista salvaje, y que hubiera enloquecido de dicha al mismo Henry Ford, que mantener a infortunados trabajadores con un puñado de hojas?
Estos son algunos puntos de un largo debate que debería ser profundizado, porque mientras oscilemos entre los mitos de la coca, no habrá informe o investigación que valga para estudiar su demanda, a no ser que se busque justificarla con intenciones que distan mucho de su uso ritual o medicinal.
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