DÁRSENA DE PAPEL

La encrucijada progre y liberal

La encrucijada progre y liberal

Oscar Díaz Arnau.- Progresistas y liberales por igual, esos que algunos ligeramente encasillan dentro de la izquierda y la derecha, están obligados a reinventarse. El neosocialismo latinoamericano, como el neoliberalismo, ha dejado en claro su falta de tino para encarar el problema de la desigualdad social: no basta con distribuir bonos, reducir los índices de pobreza y sacarse la poco creíble nota de 100 sobre 100 en alfabetización. Tampoco con el dispendio típico de la prebenda: ¿cuánto más irresponsable se puede ser con la billetera del Estado?
A menos de un año de las elecciones nacionales, progresistas y liberales deberían estar elaborando una propuesta fiable que, en lo posible, aglutine lo mejor de los dos: Su gran falencia radica en no saber observarse mutuamente, tienen una alarmante incapacidad de apreciar en el adversario algo digno de mérito. Y si se prohibiese el ataque en la política, no cabe duda, Bolivia se vaciaría de políticos.
El comportamiento de los gobiernos bajo el paraguas de las dos grandes corrientes ideológicas que imperan en el continente invita a ver en perspectiva el futuro de la región ahora que las economías registran un crecimiento aceptable y países como Chile, Bolivia, Brasil y Colombia se preparan para votar. Un presidente serio no debería tener problemas al buscar la reelección siempre y cuando no abuse de la simpatía del público porque, si no, suena la trompeta: ¡Fuera!, diría el eliminado Chacal de Don Francisco. El tirano de la capucha venía prorrogándose 20 años en su mandato…
Ante el gran objetivo de la igualdad, lo lógico sería comenzar acortando las brechas sociales. Esto se consigue con políticas pensadas para el largo plazo, en el caso boliviano, dejando de depender de los precios internacionales de las materias primas y del trabajo de los nuestros en el exterior. Entonces, se requiere un cambio en la matriz económica, productividad; da la sensación de que Evo Morales pide ocho años más para entenderlo.
A algunas izquierdas, como la de Bachelet o la de Rousseff, se las fue redefiniendo con etiquetas menos embusteras como “liberalismo moderado o atenuado” (o los más comunes: socialdemocracia y liberalismo social). No ha ocurrido lo mismo con la dislocada izquierda de Evo, a pesar de sus recetas horneadas en la misma cocina económica mundial (el aguinaldo doble para las clases medias urbanas solamente se explica en términos electorales y en el marco del cotidiano derroche de recursos que —¿es necesario aclararlo?— no pertenecen a este gobierno, sino al Estado).
A la sazón, ninguna izquierda, ni siquiera la más radical o “revolucionaria”, ha podido desenvolverse fuera del capitalismo: es conocida la insolvencia socialista para implantar un modelo alternativo hegemónico, con fórmulas realmente transformadoras.
Hoy, nadie en su sano juicio se atrevería a izar las banderas del neoliberalismo y tampoco debería, con las malas experiencias, agitar las del socialismo populista porque, entre otras cosas, la igualdad social no se logra con una “redistribución de ingresos” (Luis Arce), o su sinónima “recompensa al sacrificio” (García Linera), vía dobles aguinaldos.
¿Cuál es la salida? Una jugada política. Luego de sus respectivos autogoles, progres y liberales han comenzado un nuevo partido y, de inicio, los equipos están en una encrucijada: se gana trazando diagonales desde las bandas para romper la línea rival y copar terreno ajeno; cortita y al pie, con un gol de rabona liberal o de chanfle progresista. A nuestro fútbol le falta cambio de ritmo, sorpresa, pero ante todo creatividad.