EDITORIAL
La realidad de la violencia de género
La realidad de la violencia de género
Una justicia eficiente y la destrucción de las mentalidades retrógradas son los dos nuevos desafíos a enfrentar, si es que buscamos resultados concretos contra la violencia de género
Ayer se conmemoró el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, instituido por la ONU en 1999 en conmemoración al asesinato de las hermanas Mirabal, que se opusieron a la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana y fueron emboscadas y asesinadas el 25 de noviembre de 1960.
Lamentablemente, dicha conmemoración se realiza en medio de la penosa constatación de que los avances en tal sentido son aún pobres. De hecho, mientras que en muchas latitudes la violencia se mantiene o se reduce en niveles muy modestos, en otras, entre las que lastimosamente está incluido nuestro país, los casos de vulneración de derechos contra las mujeres se incrementan muy a pesar de los discursos y la aprobación y endurecimiento de normas sobre la materia.
Suman estudios e investigaciones, como la presentada por el Centro de Información y Desarrollo de la Mujer, que pidió justicia para las 139 mujeres asesinadas entre enero y octubre de este año en el país; de esos casos, 89 fueron feminicidios y 50 fueron fruto de la inseguridad ciudadana.
Hay, pues, abundantes datos que confirman que no basta con aprobar nuevas leyes o endurecer las existentes para eliminar estos crímenes. Es necesario abordar los problemas de fondo que, por un lado, no permiten la incidencia de la ley en la erradicación de la violencia y, por otro lado, mantienen en la mentalidad masculina la creencia de que existiría alguna razón que justifique la agresión contra las mujeres.
Sería bueno, entonces, volcar la mirada a la insuficiente eficiencia y profesionalismo de los sistemas de justicia, que no sólo evitan que el rigor de la Ley caiga contra los victimarios sino que, en muchos casos, ejercen una posterior victimización de la mujer por la presencia de prejuicios y estereotipos profundamente machistas y conservadores que están arraigados en la sociedad, y de los que no escapan muchos funcionarios de la judicatura y de las fuerzas del orden.
Por lo mismo, además del espíritu penal y coercitivo contra los delincuentes, es necesario asumir el problema como un mal social que se debe combatir también a través de la prevención, la educación y la concienciación, cuyos mayores y principales efectos se verán en las futuras generaciones, pero que pueden ayudar a erradicar, desde ya, la mentalidad absurda e irracional que conduce a hombres (y mujeres) a la creencia de que alguna forma, actitud o acción de la mujer sería razón suficiente para cometer un acto de agresión en su contra.
Una justicia eficiente y la destrucción de las mentalidades retrógradas son, probablemente, los dos nuevos desafíos a enfrentar, si es que buscamos resultados concretos y positivos contra la violencia de género.
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