EDITORIAL
Displicencia ante los desastres
Displicencia ante los desastres
Muchos de los desastres naturales se repiten sistemáticamente en las mismas regiones y por las mismas épocas del año
Probablemente debido a que, en suma, las consecuencias de los desastres naturales en Bolivia no llegan a alcanzar las terribles magnitudes que en otras partes del mundo, solemos tomar muy a la ligera los mecanismos de prevención y logística de preparación frente a ellos.
No otra cosa se puede deducir del hecho de que, aproximadamente por el mes de octubre, todos los años se hable de los perjuicios de la sequía, para luego sufrir las penurias de las granizadas o inundaciones en época de lluvias, o lo que es peor, estos fenómenos se han presentado simultáneamente en el último tiempo debido a alteraciones atribuidas al cambio climático.
Muchos de estos problemas se repiten sistemáticamente en las mismas regiones y por las mismas épocas del año, por lo que no debería ser difícil poner en marcha métodos de prevención que permitan reducir al máximo el sufrimiento de todas las familias año por año afectadas.
En otros casos, se trata de fenómenos extraordinarios para los que, sin embargo, también existen políticas públicas, dinámicas y logísticas puestas en práctica en diferentes latitudes, que aunque no son tan efectivas para evitar la generación de perjuicios para la gente, sí son útiles para la creación de condiciones que permitan reacciones y respuestas inmediatas y eficientes por parte de entidades públicas y ciudadanía en general, que eviten que el sufrimiento que puede generarse fruto de los desastres inesperados se extienda innecesariamente.
Concretamente, en Chuquisaca hemos visto en los últimos meses un conjunto de fenómenos naturales que han provocado diferentes grados de perjuicio a la población, concentrándose, en algunos casos y de manera extraordinaria, en regiones específicas, y frente a los que nos hemos encontrado tan pobremente preparados como todos los años.
Adicionalmente, se está viendo que obras civiles no tienen efectividad ante posibles imprevistos climáticos, lo que implica un daño económico contra las arcas públicas al requerirse posteriores reconstrucciones pero, más importante aún, representan un serio peligro para las vidas de los pobladores a quienes están destinadas las obras.
Debemos recordar que uno de los sinos del tercer mundo es, precisamente, su pobre preparación contra las catástrofes naturales, mientras que los países desarrollados, también vulnerables a ellas, suelen tener listos dispositivos de reacción inmediata que reducen al mínimo el sufrimiento de sus sociedades.
Bien haríamos en mirar la posibilidad de desastres naturales con menor indiferencia, y dejar de ser displicentes frente a las dinámicas y estrategias de previsión, alerta y reacción inmediata ante las mismas. Ya lo dice el viejo adagio: “Más vale prevenir que lamentar”.
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