DESDE EL FARO

Presidentas en la Región. ¿Y en Bolivia?

Presidentas en la Región. ¿Y en Bolivia?

Erika Brockmann Quiroga.- En medio de tantas sorpresas y pese al machismo que pervive, el que dos mujeres disputen la segunda vuelta electoral en Chile, no es sorpresa. A propósito de esos resultados, la pregunta es inevitable. ¿En Bolivia, se puede pensar en una mujer presidenciable, en el corto plazo? Esta pregunta no es inocente. Obliga a un análisis integral sobre el fenómeno político en el país y en los países vecinos en los cuales la presencia de mujeres en las lides presidenciales ya no es ni será un evento extraordinario.
Pareciera una paradoja que Bolivia, país que conoció a la segunda mujer presidenta de la Región, hoy no tenga mujeres como alternativa de un liderazgo político competitivo. Me refiero a los casos de Lidia Gueiler y de María Estela Martínez de Perón en Argentina, quienes fueron pioneras en estas lides y que llegarían a la presidencia debido a circunstancias excepcionales y no necesariamente al voto directo de la gente.
Por estas razones, me animo a afirmar que los casos de Rousseff, Bachelet e incluso de Fernández no son una anécdota, ni la misteriosa transferencia del carisma de un esposo, hermano o padre protector. Todas ellas fueron militantes o combatientes de larga trayectoria. Sus vidas estuvieron marcadas por los avatares de la política y la violencia dictatorial en sus países. Ninguna llegó a un cargo visible como recompensa simbólica a las demandas de inclusión y participación política de las mujeres. Más tarde, con la recuperación democrática asumieron responsabilidades de Estado de creciente jerarquía en ámbitos no “típicamente femeninos”, sin que ello haya significado una actitud indiferente respecto a las reivindicaciones feministas de los últimos tiempos. Lo hicieron desafiando airosas e inteligentes los obstáculos que representaba el odioso y elusivo techo de cristal de las múltiples discriminaciones.
Más allá de simpatías o antipatías, difieren en estilo de hacer y decir las cosas. Mientras Cristina hace gala de gestos y discursos que evocan al populismo justicialista tan arraigado, Michelle y Dilma son amigas de la institucionalidad, menos confrontacionales y personalistas. En todo caso, ninguna es ave de paso en la política y, encaminadas hacia la reelección, han consolidado modelos de liderazgos sostenibles y exitosos.
Son dos las características que, más allá de matices, marcan la diferencia con Bolivia. En esos países se cuenta con partidos y organizaciones políticas estables y relativamente arraigadas en la sociedad, pero ante todo se suma otra característica fundamental: la alterabilidad de sus líderes presidenciables. El justicialismo en Argentina es sui generis pero competitivo y se reproduce más allá de cíclicas turbulencias. En Brasil, la coalición del Partido de Trabajadores tuvo en Lula un líder democrático que optó por no perpetuarse en el poder facilitando una sucesión exitosa. En Chile, la Concertación, ahora Frente Nueva Mayoría, desde un principio tuvo reglas claras de competencia interna y alternancia para sus presidenciables. Por otra parte, la oposición chilena no parece reproducir la dependencia de caudillos ni patriarcas omnipresentes.
En Bolivia, luego del colapso del 2004, el sistema político se reconfigura y rearma con dificultad. La “Evolatría” le cierra el paso a la emergencia de nuevos liderazgos al interior de un bloque oficial dominante, mientras la gente espera de las oposiciones el advenimiento de otro caudillo salvador. A ellos se suma el desprestigio del oficio político, la polarización extrema y una cultura política caudillista y clientelar, antídotos que estancan la renovación política con su tufillo patriarcal.