EDITORIAL
Chile, Perú, México y Bolivia
Chile, Perú, México y Bolivia
De mantenerse la estrategia de lucha contra las drogas ilegales que se aplica en la región desde los años 70, noticias como las que se comenta seguirán apareciendo en todos los países de la región, más allá de su nivel de desarrollo y funcionamiento institucional
Deben llamar la atención el conjunto de últimas noticias que desvelan un circuito del narcotráfico en el que operarían actores desde México hasta Chile y que, lamentablemente, tendría a Bolivia como un espacio central, ya sea para la producción, el tránsito o el acopio de drogas ilegales.
Este develamiento surge de la vinculación de carabineros chilenos con el tráfico de drogas desde Bolivia, uno de los cuales resultó ser el jefe antidrogas de Arica y el cuarto hombre fuerte de la lucha antidrogas de la República de Chile, demostrando, una vez más, que sin importar cuán institucionalmente sólido pueda ser un país, las mafias del narcotráfico siempre hallan la forma de infiltrarse en sus organismos de control y persecución.
Igualmente y más recientemente, la información sobre un piloto boliviano muerto a balazos en un enfrentamiento con la policía antidrogas peruana, cuando se disponía a recoger droga fabricada y acopiada en la República del Perú, para su posterior traslado a Bolivia en tránsito a mercados internacionales, y que, según indagaciones de ese país, habría estado trabajando para el cártel mexicano de Sinaloa, no hace más que poner en evidencia la tremenda magnitud del problema al que nos enfrentamos.
A este respecto, se debe poner especial énfasis en tres elementos centrales. En primer lugar, el hecho de que los dos casos mencionados no estén formalmente relacionados no debe evitar que se evidencie que Bolivia está indudablemente implicada en los diferentes circuitos.
En segundo lugar, las dos noticias implican a países con diferentes grados de desarrollo y capacidades institucionales, pero que son, a todas luces, insuficientes para controlar y detener el tráfico de drogas, que no parece reducir ante los esfuerzos realizados.
En tercer lugar, estos hechos manifiestan, una vez más, el carácter transnacional del delito del narcotráfico, que no reconoce fronteras ni ideologías, y en el que ya es absurdo negar que estemos implicados directa e indirectamente.
Por todo ello, debemos insistir en la necesidad de analizar y evaluar seriamente los resultados de la estrategia de lucha contra las drogas ilegales que se aplica en la región desde los años 70 bajo el liderazgo estadounidense y que, hasta ahora, muestra más fracasos que victorias. Debemos convencernos que de mantenerla, noticias como las que se comenta seguirán apareciendo en todos los países de la región, más allá de su nivel de desarrollo y funcionamiento institucional.
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