COLUMNA VERTEBRAL
Francisco. Tiempos de cambio
Francisco. Tiempos de cambio
Carlos D. Mesa Gisbert.- Con el título “La Alegría en el Evangelio”, Francisco, en un texto multifacético, arremete contra el capitalismo salvaje. Lo hicieron antes Juan Pablo II y Benedicto XVI. ¿Cuál es la diferencia en este caso? En el Papa argentino se siente que las palabras no están divorciadas de los hechos, que lo que dice no es simplemente una consideración abstracta y conceptual, sino una convicción profunda. La fuerza de lo dicho está acompañada de una disposición autocrítica y de transformación de una iglesia que atraviesa desde hace algunos años una profunda crisis.
Francisco descalifica la teoría del derrame económico en la lógica inaceptable de que el solo crecimiento distribuye riqueza, objeta la obscenidad de la especulación bursátil y la concentración desmesurada de poder económico, choca finalmente con la teoría de una libertad económica ilimitada como receta del éxito de las sociedades.
Pero el Pontífice hace en su exhortación apostólica una combinación que proporciona incuestionable solidez a su mensaje. Pone en tela de juicio indirectamente la infalibilidad papal, al afirmar: “Ni el Papa ni la Iglesia tienen el monopolio en la interpretación de la realidad social o en la propuesta de soluciones para los problemas contemporáneos. (...) Tampoco creo que deba esperarse del magisterio papal una palabra definitiva o completa sobre todas las cuestiones que afectan a la Iglesia y al mundo”.
Propone además una descentralización del poder de decisión fortaleciendo a las conferencias episcopales como la base de la iglesia. Hace un llamado a entender que en el mundo de hoy en el que lo inmediato, lo breve y lo directo son instrumentos claves de la comunicación, hay que terminar con la confusión de mensajes, la acumulación de propuestas y lograr en consecuencia que las homilías –centro del mensaje pastoral en la misa– respondan a estos nuevos desafíos de brevedad y concisión.
En los temas más sensibles Francisco mantiene las ideas básicas de carácter central de su doctrina, pero con matices no poco importantes. Deja claramente establecido que las mujeres no pueden ser sacerdotes, aunque demanda un rol más protagónico de estas en la comunidad. En esto el Pontífice no se atreve a dar un paso fundamental. Una iglesia del siglo XXI tiene necesaria e inexcusablemente que contar con mujeres en el sacerdocio, no hacerlo ancla a los católicos en una mirada machista que no se sostiene por ningún lado.
En cuanto al aborto, fortalece la reafirmación ética de la iglesia, pero hace un matiz fundamental. La defensa de la vida antes del nacimiento es inherente a la comprensión del milagro de la concepción desde la perspectiva de quienes creen y tienen fe, pero –consistente con su opinión sobre los gays– asume una postura abierta de comprensión y respeto ante las mujeres que abortan por diversas razones de peso (por supuesto también ‘las víctimas de violación’)..."Quien esté libre de..."
No es poco importante su reflexión a propósito de la doctrina de la iglesia construida en la peculiar suma del antiguo testamento, los evangelios y la tradición católica. Para ello se apoya nada menos que en Santo Tomás y San Agustín, para recordar que los preceptos añadidos a los evangelios no pueden ser de tal peso y de tal presión sobre los fieles que terminen por distorsionar la esencia del mensaje primigenio de Jesús.
Francisco está decidido a cambiar y ha partido de una exigencia que hace la diferencia, el carisma del ejemplo, la idea fundamental que hace que sean la vida sobria, la austeridad de fondo y de forma, las que rompan con un boato que desvincula al Papa de la gente de a pie, lo que le permite hablar fuerte y claro. Desde el Vaticano II, ningún obispo de Roma había propuesto con tanta valentía la autocrítica y, sobre todo, se había despojado del poder antes incontrastable de la palabra de la máxima autoridad de los católicos.
Lo notable de este primer documento de largo aliento (ciento cuarenta y dos páginas) es un adecuado balance entre las reflexiones centrales referidas a la ruta espiritual y aquellas que tienen que ver con cuestiones prácticas y que se enlazan con los documentos anteriores en los que la iglesia hace referencias políticas, sociales y económicas desde los lejanos tiempos de León XIII hasta los más recientes de la inolvidable “Populorum Progressio” de Paulo VI. La doctrina social de la iglesia en un determinado momento pareció dominante, especialmente en la América Latina de la teología de la liberación. Reencontrar el equilibrio entre la tarea específicamente pastoral y aquella en la que el compromiso con la lacerada sociedad de hoy se mantenga intacto, no es tarea fácil.
El camino, sembrado de guijarros, es muy largo todavía y no faltarán los frenos de los sectores más conservadores de la institución. Pero no cabe duda de que el Papa ha decidido afrontar los riesgos.
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