La iniciativa no es nuestra

La iniciativa no es nuestra

Mons. Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M..- Por las noticias radiales y escritas, y sobre todo por la televisión, hemos conocido muchos al crucero que chocó contra un pequeño islote en las costas del Mediterráneo cerca a Italia. Inmediatamente recibieron ayuda. La esperanza de los náufragos era que alguien viniera a ayudarles. Por sí solos imposible que llegaran a puerto. No bastaba que se les brindara indicaciones del lugar en que se encontraban ni motivaciones psicológicas. La ayuda debía venir de afuera, y llegar hasta el lugar del siniestro.
La humanidad cayó en el pecado a causa de nuestros padres Adán y Eva. El pueblo de Israel, portador de la acción poderosa de Dios, esperó siempre un redentor que levantara a todos de la postración en que le dejó el pecado. Cristo ha venido de fuera pues descendió del cielo y nos dio la salvación. Él es el salvador, sin él no hubiéramos superado nuestro pecado. Aunque la naturaleza humana fue creada a imagen y semejanza de Dios, por sí solos, nunca hubiéramos alcanzado a liberarnos del desastre del pecado y de sus secuelas.
En la hora triste de la caída de Adán se le anuncia la salvación; se anuncia una salida para vencer el castigo que el mismo Dios imponía. Es que Dios es el que salva. La iniciativa de crear al hombre y de recrearlo parte de Dios. No es el hombre el que salva, es una decisión divina. Dios, aunque siempre existió, cuando creyó conveniente creó el mundo y en este mundo, creó al hombre. También cuando creyó conveniente vino al mundo para hacerse uno de nosotros en la persona de su Hijo.
El Adviento que iniciamos hoy nos prepara a celebrar aquella primera venida del Hijo de Dios que se hizo hombre en las entrañas purísimas de la Virgen. El Nacimiento de Jesús que celebraremos el día 25, fiesta de Navidad, es como la primera luz que anuncia la llegada del día. Es el punto de partida para nuestra salvación o redención.
Aunque Dios haya tomado la iniciativa de nuestro rescate, de ninguna manera nos exime de nuestra responsabilidad. María Inmaculada, cuya fiesta celebramos el día 8, es el modelo de cooperación a la redención que Dios ofrece a la humanidad. Ella dio un Sí rotundo a lo que Dios le pidió para poder salvar a la persona humana: hacerse hombre en su seno virginal. Gracias a María, obediente al plan de Dios, podemos celebrar la nueva era de la humanidad.
Con motivo del Adviento, se suele hablar de las tres venidas de Cristo, el Hijo de Dios y de María. El primer adviento lo llamamos histórico, por ser la espera del Salvador de Israel y su nacimiento. El Adviento místico es el segundo, es la venida de Cristo al alma de cada uno, es la presencia íntima del Hijo de Dios que en cada persona tiene muchísimas formas. El tercer adviento es el escatológico, la venida o vuelta de Cristo en toda su gloria y esplendor al final de los tiempos, para coronar la obra realizada en toda la historia de la salvación.
Este domingo tiene como los últimos domingos que han trascurrido el anuncio de la vuelta de Jesús a cerrar la historia. Se señala que Dios vendrá de improviso, por eso hay que permanecer en vigilancia continua. El cristiano debe permanecer en “vigilante espera”. También el nacimiento de Jesús les tomó por sorpresa. Muy pocos fueron los que supieron y acogieron el Nacimiento del Redentor de la humanidad.
El adviento, tiempo de preparación a la Navidad, exige un estilo de vida para cada cristiano, pues es una hora de encontrarnos más profundamente con Dios a través de Cristo, “camino para llegar al Padre”. Es hora de liberarnos de todo aquello que impide que seamos salvos integralmente para estar más con Dios y con los hermanos. La vigilante espera debe ser el estilo de nuestra vida. Es necesario vivir la tensión entre el “ya si” pero “todavía no”. El cristiano tiene a Cristo y vive en Cristo pero todavía no en plenitud.
Pablo, en la segunda lectura de este domingo, nos da las pautas para este tiempo de Adviento: “Dense cuenta del momento en que viven; ya es hora despertarse, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando comenzamos a creer. Dejen las actividades de las tinieblas. Condúzcanse como en pleno día con dignidad, nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Revístanse del Señor Jesús”.