EDITORIAL

Ley seca… otra vez

Ley seca… otra vez

Esta clase de normas nos retrotraen peligrosamente a las épocas de Gobiernos autoritarios ansiosos por imponer nociones morales de sus conductores al resto de la sociedad.

La supuesta cualidad humana de tener la capacidad de aprender de los errores propios y ajenos, suele ser desbancada por la voluntad de ignorar las lecciones del pasado o, peor aún, por el desconocimiento de las mismas.
La reciente aprobación en Cochabamba de una norma que establece límites de horarios y un día de absoluta prohibición para la venta de bebidas alcohólicas, conocida ya como “Ley Seca” es la demostración de esa negativa humana a poner atención al conocimiento y la experiencia aprendidas, tornándolas inútiles.
De acuerdo a lo que se vio durante la vigencia de la Ley Seca en Estados Unidos, desde 1920 hasta 1933, este tipo de normas prohibicionistas, lejos de reducir el consumo de bebidas alcohólicas, lo que generan son mercados negros, individuos y organizaciones que las venden irregularmente, mafias, consumo clandestino, mayor violencia e ilegalidad, así como mayor número de presos por su incumplimiento, y mayores necesidades de recursos humanos y económicos necesarios para ser invertidos en vanos intentos por hacerlas cumplir.
Un ejemplo más doméstico de aquel extremo es el experimentado en la ciudad de La Paz, cuando el exprefecto Luis Alberto “Chito” Valle intentó poner en vigencia una norma similar, obteniendo los mismos resultados, más un incremento alarmante de la corrupción de funcionarios públicos por extorsiones y exacciones contra propietarios de locales de expendio de bebidas.
Estos y otros ejemplos deberían servir para presumir, sin mayor riesgo de equivocación, los resultados de tratar de poner en vigencia leyes secas.
Otro aspecto a destacar es el hecho de que esta clase de normas, por las que se obliga al ciudadano a comportarse de determinada manera por ser considerado “moralmente mejor” por las autoridades de turno y en que, por supuesto, se debe aplicar el aparato coercitivo para conseguirlo, nos retrotraen peligrosamente a las épocas de Gobiernos autoritarios, donde los mandamases de turno también pretendían que su propia moralidad era el digno modelo a seguir por el resto de la ciudadanía, aunque fuera necesario conseguirlo a palos.
Es cierto que se debe hacer algo contra el excesivo consumo de bebidas alcohólicas, y su expendio y consumo por menores de edad, pero ¿no es lo primero una cuestión de educación, concienciación y cultura ciudadana, y lo segundo un asunto referido a la fortaleza institucional para hacer cumplir leyes ya existentes?
Lo mismo en referencia a la inseguridad ciudadana. Probablemente antes que prohibir o limitar la venta de bebidas alcohólicas, sería útil mejorar el trabajo de vigilancia de la Policía, a la vez que se incrementan sus efectivos y mejoran sus condiciones salariales y de trabajo.
Pareciera que se trata de justificar cierta ceguera para identificar la complejidad de los problemas, y se pretende poner en práctica las soluciones más simplistas y de efecto inmediato, fruto de un análisis, con seguridad, superficial.
El problema de esto no es sólo que fácilmente se pueda advertir que la solución propuesta no vaya a funcionar sino que, al no hacerlo, va a generar entuertos adicionales a los que también se deberá buscar solución, y va a dejar maltrecha la credibilidad y la imagen de las autoridades que aprueban normas que no pueden hacer cumplir.