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Niños, dulces y garrote

Niños, dulces y garrote

Rocío Estremadoiro Rioja.- Estuve desempolvando “Para leer al Pato Donald” de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, ensayo escrito en la efervescencia del Gobierno de la Unidad Popular en Chile. Más allá de las quimeras de cierto marxismo ortodoxo, que encumbra el ingenuo maniqueísmo que simplifica la realidad en base a la lucha entre burguesía y proletariado, uno de los aportes de este estudio es desmitificar el entretenimiento infantil desde donde también se perpetúan roles, estigmas y estereotipos.
Se analiza que los niños, bajo el patrocinio de los adultos, suelen ser despojados de su voluntad y en ello se asemejan a colectivos y pueblos que, como chiquillos, estamos habituados a ser deslumbrados con piedritas de colores a cambio de la “tutela” que significa la reproducción de relaciones de dominación.
De esta forma, un puntal de cualquier autoritarismo eficaz es la utilización de la fuerza pero con las dosis necesarias de “pan y circo”, lo que se conoce como la alegoría del “dulce y garrote”.
En el caso de Bolivia, tal vez por el legado autoritario colonial y/o republicano, los ciudadanos parecemos estar muy acostumbrados a asomar la mano esperando las dádivas de los que coyunturalmente ejercen el poder y ellos intuyen que bastan los “bonos”, las canchitas de fútbol, los monumentos ostentosos como inservibles, para mantenernos “contentos”, como si fuéramos niños a los que se les entrega caramelos.
Veamos sólo el ejemplo de las universidades públicas. ¿Para ganar una elección, qué es lo que cuenta? ¿Las propuestas? ¿Las ideas? Pues, como con baratijas coloridas, el estudiante tiende a ser seducido con farras y fiestas monumentales y con chucherías de toda especie.
Por otra parte, en las celebraciones de fin de año, así como familias enteras salidas de comunidades abandonadas vienen a estirar la mano como estrategia de sobrevivencia y sin percatarse que su situación se debe a la falta de acceso a los derechos básicos que tanto propugna la Constitución, es cuando más los ciudadanos caemos en el juego del “dulce y garrote”, ya sea para esperar limosna o para enjuagar imágenes y conciencias, entregándola.
No faltan las iniciativas donde los “buenos cristianos”, muy remilgados y con peinado de peluquería, se hacen ver en televisión prodigando algún “aporte solidario” a grupos vulnerables cuya necesidad es mediatizada de la forma más grosera.
También, desde el uso y abuso del poder, como a niños, se nos engatusa con el “doble postre” y no podemos entrever el coste político de una medida que acaba de comprar de la manera más vergonzosa a la COB y que, por añadidura, servirá para financiar parte de la campaña proselitista del partido en el Gobierno.
Igualmente, como a niños, las lucecitas de colores de la Navidad nos obnubilan con tal intensidad, que no percibimos que las plazas y parques de la ciudad, nuevamente, están siendo rifadas al mejor postor corporativo que ocupará los espacios públicos como si fueran privados; y los ciudadanos “disfrutando” del bullicioso espectáculo, sin percatarse de la destrucción de los bienes colectivos.
Así, los derechos se trastocan en dádivas paternalistas, la gestión pública se convierte en llamativa propaganda para usureros de toda índole y el bien común se transforma en beneficencia.
Por último, como a niños, en los momentos indicados, se nos aplica el garrote y las autoridades nos pretenden imponer, cual “preocupados” “padres”, ¡hasta los horarios y días en los que se puede ir de jarana!