La redimida en forma preventiva
La redimida en forma preventiva
Mons. Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M..- Las lecturas de la celebración de esta fiesta de la Inmaculada Concepción nos ayudan a penetrar en el misterio que cada año celebramos los cristianos católicos, en honor de la Madre, del único Redentor y Salvador de la humanidad, Cristo Jesús. Al homenajear la figura excelsa de María, se rinde sin duda un reconocimiento al poder de Dios, que con su gracia divina nos llega a todos y nos ha librado del pecado original.
María fue la primera que redimió Cristo, pero en forma preventiva. Todos nacimos con el pecado original; el libro del Génesis nos recuerda la universalidad del pecado. El ángel le dice a María: “Dios te salve, llena de gracia”. María es la única persona humana que fue concebida sin pecado. Cada uno de los mortales hemos sido objeto de la redención en el Sacramento del bautismo, el cual nos regala la gracia de hijos de Dios y expele de nosotros el pecado original. A María se le aplicó le redención en forma preventiva en el primer instante de su concepción.
La expresión “Inmaculada Concepción”, que se repite con tanto cariño y devoción por nuestro pueblo, se debe a la tradición, no están en la Biblia misma las pruebas directas, así también creemos por la tradición que las palabras de la Biblia son Palabra de Dios. Del pueblo judío, primero, de Cristo, y por los apóstoles creemos que Dios ha hablado en el Antiguo y Nuevo Testamento.
María, concebida sin pecado original, es la plenitud de la gracia, la totalidad de la posesión divina, la complacencia de Dios Padre en María, desde siempre y para siempre en gracia, “alégrate llena de Gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,28). ¡Qué piropo más grande y bello el que dirigió el Ángel a María!
Desde los orígenes de la persona humana, Dios hace la promesa de salvarnos. Como nos dice el Génesis, será la descendencia de la mujer quien quebrante la cabeza de la serpiente; la serpiente es la que hizo caer a nuestros primeros progenitores. Desde entonces junto al dolor por la caída, brilló la esperanza del pueblo de Dios en un Redentor y Salvador que sería el fruto de una mujer, esta mujer es María de Nazaret.
La fiesta de María Inmaculada en este tiempo de Adviento, cuando nos preparamos a celebrar el Nacimiento de Cristo, nos convoca a dar cabida a la salvación a la que cada uno está llamado. El cristiano está llamado por vocación a la santidad, antes de la creación del mundo para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia (Ef 1,4); María Inmaculada y nosotros participamos de idéntico llamado. Sin duda que hay una gran distancia entre Ella y nosotros, pero hay una común unión. La gracia que recibió María en el preciso momento de la concepción y la hizo Inmaculada e inició su vida siendo preservada del pecado, es la misma que nos purificó en el sacramento del bautismo ¡Grandioso regalo de Dios que nos ha venido a través de Cristo, nuestro Salvador, a hacernos santos!
El Dios poderoso y salvador que envió sobre María el Espíritu Santo, con el bautismo restablece la pertenencia a Dios, el compromiso con Dios y la confianza con Dios. Por ello, como María podemos creer en Dios, que es esperar todo de Dios, reconocer todo lo que tenemos como don de Dios y entregar todo a Dios.
Hay una responsabilidad o debiera haber en todos los bautizados una generosa colaboración al plan de Dios que nos exige fidelidad en el quehacer diario en el que realizamos nuestra vocación a la santidad, a la salvación, dejándonos salvar y santificar por la fuerza del Santo Espíritu para enfrentar el mal, o sea, el pecado, que nos puede conducir a la terrible tentación; ante lo difícil, exigente y crucificante que es la lucha contra Satanás y creer en la imposibilidad de vivir en gracia, siendo puros, castos y santos, Dios nos llama a ser santos.
María aparece como modelo de respuesta, generosidad y responsabilidad a la gracia recibida. Toda su vida fue un sí rotundo a la voluntad de Dios. La gracia de Dios no se impuso avasallante en Ella. La obediencia y fidelidad de María está en contraste con nuestra desobediencia constante a los mandamientos del Señor. Del sí de María vino el Redentor, el Salvador, que nos preparamos a recibir en este tiempo con nuevo ardor y entusiasmo. María es la aurora de la salvación.
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