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El populismo no paga

El populismo no paga

Arturo Yáñez Cortes.- A esta altura del partido, dudo que a alguien le quepa duda alguna que el aguinaldazo es una medida típicamente populista, enfocada a pretender lograr algunos votitos para la campaña electoral que viene. Y es que, como enseñan los que saben, el populismo se inserta en sistemas políticos debilitados por permanentes crisis de representatividad y gobernabilidad que no permiten el desarrollo de contrapesos institucionales al poder electoral de regímenes de ese tipo, para –sin importar el costo y peor las consecuencias– concentrar más y más el poder del caudillo y consolidar un modelo de gobierno autocrático, aunque sea con base electiva. Es decir, lo único que importa es mantener o lograr el poder, sin importar los medios y peor las consecuencias, lo que me recuerda a CHURCHILL cuando dijo que el político se convierte en estadista cuando piensa en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones.
Empero, como la realidad es bastante terca y peor en estos lares; resulta que frecuentemente esas tentaciones populistas terminan generando tales desbarajustes que no cabe más remedio que recurrir a los también famosos reculazos y en otros, habiendo metido las de andar y con una buena dosis de soberbia, que se le siga metiendo nomás, reitero sin importar lo que vendrá. A propósito, MAQUIAVELO decía que “en la organización de los asuntos humanos, cualquier solución a un problema crea siempre otros nuevos”.
¡Vaya que tenía razón! Al menos eso es lo que sale de lo que ahora está sucediendo a partir del aguinaldazo decretado. Se ha desatado un proceso inflacionario que sumado al que suele ocurrir con motivo de las fiestas navideñas y de fin de año, pese a que no falta alguno que jura que no, es inocultable, pues los transportistas ya decidieron –unilateralmente como acostumbran– elevar sus tarifas “aunque sea por una semanita”; lo propio otros sectores de comercio, servicios, etc. Por su parte, aunque algunos dirigentes fueron “convencidos” para aceptar un mísero incremento, los rentistas ya están nuevamente en pie de movilización y otros aprovecharon para continuar con su vergonzoso servilismo poniéndose otra vez a la venta para negociar algunos beneficios (para ellos, no para “sus representados”) y así sucesivamente, se vislumbran otros efectos más, como el incremento de las tasas de desempleo e informalidad.
Abogado como soy, advierto de otras graves consecuencias negativas. La primera es el tremendo daño a la prácticamente ya inexistente seguridad jurídica en Bolivia, cuando el caudillo obliga con su decisión a usar los fondos del Estado –que no son los suyos– para chauchitarlos e incluso los fondos de los privados, todo ello sin menor planificación, salvo la electoral, y vaya extraño caso de síndrome de Estocolmo, con la anuencia de algunos de sus dirigentes. Además, se prueba nuevamente que el gobierno se siente todopoderoso puesto que una vez más se pasa por el forro su propia Constitución aprobada a sangre y fuego y, mediante decreto le mete nomás, pese a que aquel papel mojado y thantachado, exige que esas decisiones se hagan por ley formal (aunque no le hubiera sido muy difícil lograr que su asamblea legislativa, con plazo perentorio de por medio, sancione inmediatamente su orden). Finalmente, el aguinaldazo prueba que para el populismo, a la hora de mantener el poder, no existen límites de ningún tipo, lo cual –temiendo lo peor– me hace preguntar ante la inminente campaña electoral ¿qué barreras legales y otras más serán groseramente violadas? De ser así, se confirmaría aquello de SAVATER: “El populismo es la democracia de los ignorantes”.