DÁRSENA DE PAPEL

¿Corruptos?, ya; ¿mal educados?, ¡su abuela!

¿Corruptos?, ya; ¿mal educados?, ¡su abuela!

Oscar Díaz Arnau.- En Bolivia, todo es más importante que la educación. Nos encantan los rankings, disfrutamos comentándolos y hasta nos recreamos volcándolos para no ser menos que nadie. De lo mal que nos va en la mayoría de esas clasificaciones somos incluso capaces de bromear, claro, mientras ninguna toque la delicada fibra de la educación.
Transparencia Internacional dice que somos corruptos y esto, “¡oh!”, nos preocupa sobremanera. La FIFA saca la nómina de selecciones mejor valoradas en el mundo pero nosotros, por supuesto, “ya lo sabíamos”; después, bajando el tono, para que no nos escuchen los chilenos, “bien mal habíamos estado, ¡oye!”, y sí, “hay que cambiar al DT”.
Que nos digan corruptos, vaya y pase: no será la primera ni la última vez. Pero, ¿mal educados?, “¡su abuelita!”.
Para justificar la insistente ausencia de Bolivia en la lista de países que cada tres años se someten a la evaluación educativa conocida por “Informe PISA”, se comenta que el Gobierno tendría razones ideológicas. Y, yo interpreto que aquel sería un examen demasiado neoliberal para nuestro paladar socialista.
Creo sin embargo que esas son puras habladurías. Prefiero inclinarme a pensar en una abulia de autoridades versadas en lo multilingüe, o sea, rotundamente pluriculturales; esfuerzo que, por el gran desgaste de neuronas, deja escaso margen de duda a los que con malicia sospechan de su capacidad intelectual.
Una mínima agudeza lo prohibiría en cualquier lado pero, dadas las carestías de los sospechados mandantes, discúlpenseme las siguientes redundancias: 1) No se trata de una cuestión ideológica, de rechazo a un instrumento de dominación neoliberal; ¡valentía es lo que les falta a estos señores para soportar la vergüenza internacional de la deprimente educación en Bolivia!
2) La idea tampoco es establecer que los bolivianos están “mal educados” —lo obvio: que no saben tanto de matemáticas, ciencias y lectura como los singapurenses—, sino medir la capacidad de los adolescentes —de los que tienen 15 años, según las reglas PISA— para analizar opciones que mejoren su rendimiento.
En otras palabras: las autoridades de este dignísimo gobierno no deberían preocuparse porque ningún extranjero vulnerará su soberanía diciéndoles ‘señores, ustedes no saben hablar, escribir ni leer’. Permitiendo a Bolivia someterse a la prueba PISA, abrirían las esperanzas de progreso para la educación no de hoy, sino de mañana.
Jocosamente, riendo para no llorar como es nuestro estilo, cuando la selección de fútbol pasa las de Caín algún amigo comenta que mejor sería no jugar más la Copa América y las eliminatorias para tal o cual Mundial. Un poco en broma y otro poco en serio, quisiera ese amigo ser avestruz por un día y que se lo trague la tierra.
Pero, en esto del fútbol y en otros casos como el de la educación, en vez de corrernos de la competencia tendríamos que concentrarnos en participar y medir nuestras capacidades con los demás, tropezar (si recayésemos en la costumbre) y entrenar el doble para que la próxima vez ascendamos en la clasificación. Un día, con trabajo serio, con esfuerzo, no tendremos que volcar la tabla para creernos primeros porque, “¡qué bien, oye!”, habremos ganado el campeonato. Y ya no seremos los más corruptos ni estaremos entre los más goleados; tampoco les daremos el gusto a los neoliberales de decirnos mal educados.
Nada más que por practicar esa manía nuestra de buscar consuelo entre los peores, me despido con este dato: No somos los únicos que nos hemos escapado del PISA, este año solo se animaron a participar un tercio de los países del mundo.