Las carencias del ámbito universitario boliviano
Las carencias del ámbito universitario boliviano
H. C. F. Mansilla.- La universidad boliviana, tanto la pública como la privada, ha cambiado mucho en los últimos tiempos. Se percibe el sano intento de acercarse a las normas internacionales y a los parámetros actuales de excelencia. Muchas universidades han instaurado cursos de postgrado, y algunos de ellos poseen un encomiable nivel. Después de décadas (o siglos) de mediocridad, unas pocas universidades estatales se esfuerzan ahora en el fomento de la investigación y hasta en la invención de aparatos técnicos. Sus aportes positivos en los campos de la ecología, la medicina y las matemáticas aplicadas son indiscutibles.
Pero un poderoso factor regresivo sigue tan vigente como siempre: la universidad boliviana es, en el fondo, una prolongación de la escuela secundaria. Aún hoy los dos elementos que distinguen a una universidad genuina de una simple escuela superior son bienes escasos: la universalidad del saber y el fomento de la investigación científica. La inmensa mayoría de los estudiantes tiene como objetivo profesional la adquisición de aptitudes técnicas y no el aprendizaje de métodos científicos. En este sentido prevalecen todavía como metas normativas de primer rango (a) la mentalidad de la escuela convencional, (b) la enseñanza memorística y (c) el manejo exitoso de trucos y mañas. Por otra parte, muchas universidades privadas perpetúan esta situación bajo el manto de una modernización superficial: constituyen, en el fondo, escuelas secundarias superiores donde los alumnos pueden seguir carreras de moda con claros y rápidos réditos comerciales.
Esta situación se modifica paulatinamente, pero las costumbres de vieja data y la inercia cultural parecen encarnar aún la fuerza predominante. ¿Qué haría, por ejemplo, en el ejercicio de la profesión un aspirante a abogado que sólo estudiase las leyes vigentes y pensara en la mejora de las mismas? Desde muy joven está obligado a aprender y a utilizar los códigos paralelos o informales, es decir, a seguir la tradición prerracional y, de forma automática, a dejar de lado casi toda consideración crítico-científica en torno a la praxis legal en Bolivia.
Los funcionarios administrativos de las universidades públicas no están para apoyar y aligerar las labores de docencia e investigación. Ellos constituyen el estamento realmente privilegiado del sistema universitario. Son los únicos que tienen una visión de largo plazo: que todo siga como hasta ahora, que no exista un control desde la sociedad o el Estado sobre la actividad financiera o en torno a los resultados a largo plazo. No están obviamente contra la investigación científica o contra la universalidad del saber; estos factores les son del todo indiferentes. Pero ponen en funcionamiento sus prácticas retardatarias y sus reparos burocráticos si estas metas normativas conllevan trabajo adicional e incertidumbre evitable. Los docentes y los estudiantes se dedican también a consolidar intereses grupales y particulares. Observando superficialmente el comportamiento de los universitarios uno podría ganar la impresión de que se trata de grupos sociales hondamente preocupados por los problemas del país, consagrados al debate de los dilemas nacionales y propensos a una conducta revolucionaria. Nada más alejado de la prosaica realidad. Se trata de un sector que defiende con uñas y garras sus privilegios corporativos, y lo hace utilizando el procedimiento más convencional: intenta hacer pasar sus intereses particulares como si fuesen los intereses generales de la nación.
Notables baluartes del conservadurismo pueden ser detectados en las facultades de ciencias sociales, jurídicas y humanísticas. Independientemente de su línea doctrinaria, la gente de la palabra y del pensamiento se inclina aún hoy por una retórica convencional, donde casi nunca faltan elementos nacionalistas, o mejor dicho, argumentos que imputan los males de la nación a factores foráneos. Dejando de lado algunas excepciones, el estilo literario sigue siendo redundante y retumbante, ampuloso, patriotero y también impreciso y gelatinoso. Eso se percibe claramente en las nuevas modas de los estudios culturales, subalternos, postcoloniales y curiosas especies afines. Este estilo y los correspondientes productos publicados no dejan vislumbrar destellos de un enfoque crítico. Los intelectuales progresistas, por su parte, reiteran lugares comunes de la convención nacionalista-socialista: nunca perdieron una palabra sobre el autoritarismo reinante en el medio sindical y campesino o en el ámbito administrativo-burocrático y rara vez produjeron algo que haya sido discutido allende las fronteras de la nación.
El país y el sistema universitario han cambiado mucho en los últimos tiempos, pero algunos aspectos de la Bolivia profunda han permanecido relativamente incólumes: el desinterés por la constancia en el aprender e investigar, el desdén por las esfuerzos científicos y hasta por los libros, la indiferencia por el ancho mundo, la productividad laboral sustancialmente baja y el enaltecimiento de la negligencia y la indisciplina como si fuesen las características distintivas de una juventud espontánea y generosa. Casi todas las tendencias ideológicas y las diferentes tribus de la nación comparten estos valores de orientación.
En la praxis lo que ha resultado de todo esto puede ser descrito como una modernización imitativa de segunda clase que es vista como si fuese de primera. La consecuencia inevitable es una tecnofilia en el ámbito universitario: los bolivianos no han desarrollado la ciencia contemporánea ni generado los grandes inventos técnicos, y precisamente por ello tienen una opinión ingenua y hasta mágica de todo lo relacionado con la tecnología. Casi todos los sectores sociales subestiman la esfera del pensamiento crítico-científico con el mismo entusiasmo con que utilizan las técnicas importadas, sin reflexionar sobre las consecuencias a largo plazo de tal comportamiento.
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