PERCEPCIONES

Claves para una reconciliación

Claves para una reconciliación

Mario Rueda Peña.- En la Sudáfrica de principios de la década del 60 del siglo pasado, la confrontación entre la mayoría negra y la minoría blanca abundaba en señales indicativas de una probable y sangrienta guerra civil racial.
Importantes sectores del minoritario bando de blancos de origen europeo seguían empeñados en mantener el régimen del “apartheid”. Este sistema era la base del poder político que les garantizaba el control total de la economía nacional, en cuyos rubros esenciales figuraban las exportaciones de oro, platino y diamantes, así como de diversos productos agropecuarios para los cuales querían seguir teniendo a los negros como mano de obra superbarata.
Durante el ciclo temporal de la Guerra Fría no faltaron los apoyos de uno y otro lado a la causa de los negros o los blancos.
En forma solapada, Washington hizo buenas migas con los adalides del Apartheid. Es que antes de ser encarcelado, Mandela era muy bien recibido y asistido por países comunistas del viejo continente, circunstancia que afirmaba en la Casa Blanca la sospecha de que los comunistas digitaban la causa de los semisclavos de piel de azabache. En la trinchera opuesta empezaron a aparecer muchos países de Europa y otros continentes que condenaban el segregacionismo racial en Sudáfrica.
La caída del Muro de Berlín (1989) que puso fin a la Guerra Fría, debilitó totalmente a los blancos sostenedores del régimen racista. Estados Unidos ya no percibía el fantasma del comunismo en Sudáfrica, sino un problema de ayudar a corregir: el Apartheid.
Sudáfrica cayó a un aislamiento internacional cuya fase inicial fue su expulsión de la ONU. Su economía empezó a tambalear a raíz de sanciones que en forma drástica achicaban sus espacios en el mercado mundial. Para colmo, millones de negros le enseñaban el puño a la hasta entonces poderosa minoría blanca.
Aparece entonces un tal Frederick de Klerk quien desde el poder político decide llegar a un acuerdo con un ya excarcelado Nelson Mandela para salvar a su país y los intereses económico-empresariales de sus pares raciales. Mandela, por su parte, quiere el fin del Apartheid. Ambos apuestan al pragmatismo que exigen las circunstancias del momento. Los negros tienen al frente un poder económico conectado al circuito comercial y financiero internacional, algo muy difícil de enfrentar. Y los blancos a millones de negros que podían incendiar el país, si no se les daba acceso al poder político que exigían.
En la Sudáfrica de Mandela y de Klerk, la imposibilidad total de someter por la fuerza al adversario, junto a una fuerte presión internacional por una solución pacífica del conflicto, en el marco de un cambio en la correlación mundial de fuerzas, fueron las claves de la reconciliación.