EL SATÉLITE DE LA LUNA
El código de la Policía
El código de la Policía
Francesco Zaratti.- ¡Qué el lector no se confunda! No me voy a referir al Código del Tránsito, la norma impunemente más violada en Bolivia, ni al “código del silencio” de la Academia Policial que se aplica ante los fatales vejámenes a cadetes y “cadetas” (como diría don Nicolás Maduro), sino a algo más simple.
Algunos de mis lectores han sufrido o sufrirán las exasperantes filas para obtener la roseta de la inspección de sus autos. Sé de personas que se han presentado a las 6 de la mañana para salir con su roseta cuatro horas más tarde. Se trata de un abuso intolerable: horas de espera dentro del auto, mientras la fila avanza a un ritmo que nos recuerda que tortuga y tortura tienen algo más que asonancia.
Nadie duda de la importancia de llevar a cabo una periódica inspección de los autos con el fin de evitar accidentes o “fallas mecánicas” que suelen cobrar vidas. Sin embargo, las inspecciones a cargo de la Policía dejan mucho que desear. Para empezar, como se ha señalado repetidamente, hay vehículos circulando con flamantes rosetas, a los cuales ni en Cuba se les permitiría hacerlo. Un segundo aspecto es el registro electrónico: un gran avance tecnológico que debería prevenir la corrupción. Sin embargo, a la espera de la panacea satelital, el sistema suele “caerse” varias veces al día, deteniendo todo el proceso de la inspección. Es el mismo problema que vivimos diariamente con celulares e Internet, ante la mirada inefable de la ATT, que, paradójicamente, niega el permiso de operación a una aerolínea por saturación de rutas, pero hace todo lo contrario con las operadoras de comunicaciones.
Sin embargo, la demora mayor en la fila de la inspección vehicular se debe precisamente a la aplicación del “código de la Policía”. Es un código que se origina en reglas, cada año más creativas y extravagantes, como “no se permiten vidrios oscuros” (sólo durante la inspección, añado yo); las vagonetas deben llevar doble triángulo (a prestarse uno…), “el extintor debe ser recargado anualmente” (aunque esté lleno), el botiquín debe estar “completo” (imprescindible el alcohol, optativa la camilla). Ante semejantes exigencias (origen de malos pensamientos cuando se dan una vez al año después de horas de fila), no queda más que apelar a la charla, cuyo objetivo es buscar una salida a las observaciones. Y es aquí donde se manifiesta plenamente el código de marras.
La conversación empieza con la enumeración de las fallas detectadas, sigue con la emotiva defensa del propietario, continúa con la reafirmación de que se trata de órdenes superiores y que nunca en la Policía se rompe la cadena de mando (digan lo que digan algunas altas autoridades del Gobierno), avanza con la súplica del propietario a compadecerse de las cuatro horas de espera y termina, después de unos diez minutos de pugna dialéctica, con una salida contable (“Tres infracciones, a 10 bolivianos cada una, hacen 30 bolivianos”) y un final feliz para ambos: uno por haber visto la luz después del calvario de la inspección y el otro por haber “colaborado” rentablemente a un ciudadano víctima del sistema.
No pretendo reformar la Policía, de modo que sólo sugeriré cómo reducir la demora. Si el policía empezara la charla con la última sentencia del hipotético diálogo reportado, el resultado sería el mismo, pero la inspección ganaría en rapidez. De hecho, reduciendo a uno los diez minutos de charla se podría triplicar el número de vehículos inspeccionados. Si no se lo hace es porque nadie quiere actuar de entrada como el corrupto o el corruptor. La pequeña pieza teatral (“el código”) sirve justamente para que los actores aparezcan tolerante uno y solidario el otro.
¡Un abrazo navideño a mis 25 lectores!
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