DÁRSENA DE PAPEL

¿Existe el liberal progresista?

¿Existe el liberal progresista?

Oscar Díaz Arnau.- El gran reto del opositor que no se desgaja del MAS es lograr ser asimilado por la gente como un político renovado, tan lúcido que entendió la necesidad de superarse a sí mismo sabiendo leer la historia para ubicarse en este momento en que Bolivia, después de haberse puesto en manos de un campesino, sigue insatisfecha. No hace falta un presidente de izquierda o de derecha, de abarcas o de corbata, revolucionario o conservador; lo que este país reclama, hoy, es un hombre o una mujer con sentido común.


El verdadero progresista —el sagaz, no el fanático— toma del liberalismo sus formas más convenientes y las aplica con sensibilidad de pueblo. Este golpeado país no merece otra cosa que una propuesta política y económica seria con un decidido basamento social.


En lo posible, entonces, el opositor debería propender a conjugar las tendencias ideológicas al uso, recostándose en una figurada hamaca y que sin mayor creatividad, para salir del paso, denominaremos aquí, nada más que por capricho: “liberalismo progresista”, en tanto una propuesta que discurriría de los polarizados nudos de los troncos que sostienen la hamaca hacia un centro político.


Si la polarización está vista —aquí y en la China satelital— como perniciosa, ¿es lógico alentarla? Respuesta lógica: En política no siempre se actúa con la lógica del bienestar general. ¡Pero los extremismos han demostrado con creces todo lo mortales que pueden ser! No importa, en ellos continúan estando las masas. Para enfrentarse, para sacarse chispas.


Ergo, en un país polarizado cualquier proyecto de centro apunta a una minoría. Pero el opositor perspicaz debe saber que esta, aunque fuese tal, estaría conformada por una ciudadanía consciente (aparte de asaz pacifista, sensata), y que solo regando conciencia un día cosecharemos humanismo, ojalá igualdad social. Ese día puede ser mañana, en 2014, con una campaña alternativa a la que realizarán los anudados a la polarización, arrancándose los ojos. Por eso la necesidad de un político con sentido común.


Como ha comenzado la mendiguez del voto, desde temprano se escuchan las balas y no cesan hasta la noche. Unos se escudan en la revolución: ellos son nuestros redentores frente a los satanases del neoliberalismo que a la otra orilla —porque esas vueltas tiene la vida— soplan cual si fueran vientos de cambio: ellos, más que eso, son el sorprendente turbión de la “izquierda moderada”.


Una parte de los problemas del país se explica por la falta de honestidad de los políticos que se dicen una cosa pero son otra, con lo que terminan haciendo exactamente lo contrario a lo que la gente de buena fe espera de ellos. Antes de ofrecer nada, no vendría nada mal un poco de sinceramiento.


El opositor “más de lo mismo” ingresará con casco y patada voladora al campo de batalla; no se habrá renovado porque no habrá sabido leer la historia ni comprendido el gran reto de estos tiempos para el político de su especie, el que no se desgaja del oficialismo. Difícilmente pueda ver su propuesta reflejada en la demanda de la población y lo más probable es que acabe pagando el precio de su incapacidad de superarse a sí mismo, huérfano de empatía, sin el favor del voto en la elección presidencial.


¿Es posible un liberalismo progre?, ¿existe el liberal progresista? ¿Y el progresista liberal?


El verdadero progresista toma del liberalismo sus formas más convenientes y las aplica con sensibilidad de pueblo. Bolivia no merece otra cosa que una propuesta política y económica seria con un decidido basamento social.