EDITORIAL

El verdadero espíritu navideño

El verdadero espíritu navideño

Por encima del riesgo de que la celebración sea desvirtuada por la frivolidad, la Navidad no debe dejar de ser motivo para la reflexión y esperanza

La Navidad, que hoy celebramos simultáneamente en todo el mundo cristiano y en gran parte del que no lo es, es una de las pocas fiestas que venciendo el paso del tiempo, siglo tras siglo y milenio tras milenio, y superando también las distancias geográficas, ha logrado transmitir de generación en generación los elementos esenciales que le dieron origen. Y aunque son muchas las modificaciones de forma con las que la fiesta ha ido enriqueciéndose –o empobreciéndose, dependiendo del punto de vista del que se lo vea– lo cierto es que los valores básicos que le dieron origen están hoy tan vigentes como hace varios de miles de años.
La Navidad, heredera de una tradición cuyo origen se remonta a tiempos anteriores al cristianismo, cuando los pueblos nórdicos se reunían para compartir y reunir fuerzas preparándose para afrontar los gélidos meses invernales, es la ocasión propicia para recordar la necesidad de reforzar y alimentar los vínculos con los seres queridos, familiares, amigos, vecinos. Lo que a la vez hace posible y necesaria la reconciliación y la solidaridad con quienes han sido menos favorecidos, con quienes menos tienen y más necesitan.
Son tan importantes y necesarios esos valores y tan imprescindible su constante recordación y renovación, que la tradición de consagrar a ellos un día del año ha llegado hasta nosotros bajo la forma de la recordación del nacimiento de Jesús de Nazaret, precisamente por ser, en su condición de encarnación terrena de Dios, la máxima expresión de los anhelos de paz y armonía que incansablemente busca la humanidad en toda época y lugar.
Durante los últimos veinte siglos, dejando atrás su origen pagano, la Navidad fue una fiesta esencialmente cristiana alrededor de la que se recordaba el nacimiento de Jesús y su mensaje. Ahora, probablemente siguiendo el camino inverso, Navidad es una fiesta que tiende a desplazar a un segundo plano su sentido religioso para reducirse al consumismo desenfrenado. Los regalos se han convertido en la manera privilegiada de expresar los afectos y esto da lugar a que se desvirtúe lo esencial del espíritu navideño.
En Bolivia, como en todo el mundo cristiano, es ya casi total el desplazamiento del pesebre del Niño Jesús como protagonista principal de la fiesta por la figura de Papa Noel, el máximo símbolo del consumismo navideño, sustitución cuyo lamentable resultado es que para muchas familias, incluso las económicamente privilegiadas, la Navidad deja de ser una oportunidad para que los ánimos se serenen y las fuentes de alegría se multipliquen, y se convierte más bien en una causa de angustias, ansiedades, celos, envidias, deseos desenfrenados de poseer más y mejores cosas y, por consiguiente, fuente de frustraciones .
Paradójicamente, el que así sea contribuye, por contraste, a llamar la atención sobre el sinsentido de los excesos materiales y a revalorizar el sentido tradicional de la celebración. Un sentido mucho más ligado a la austeridad que al derroche, a la solidaridad que a la ostentación. Es de esperar pues que, por encima del riesgo de que tan importante celebración sea desvirtuada por la frivolidad, la Navidad siga siendo un motivo para la reflexión y esperanza.