LA LUZ Y EL TÚNEL

La mufa de Mujica

La mufa de Mujica

Roger Cortéz Hurtado.- "¡Que no mienta ese viejo!”, estalló Pepe Mujica al referirse a las declaraciones de Raymond Yans, director ejecutivo de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE), repartición de la ONU, quien afirmó que el Gobierno uruguayo se negó a recibirlo y calificó a ese país de "pirata” por haber dado luz verde a la ley de legalización del cultivo y uso recreacional de la marihuana.
La mufa (cólera, como se la llama en Argentina y Uruguay) de Mujica contra el burócrata internacional se expresó también cuando complementó: "Porque están en un puesto de pedestal se creen que pueden decir cualquier bolazo”.
La andanada del Mandatario uruguayo se justifica porque, para empezar, el lenguaje agresivo del funcionario internacional no se ajusta al hecho de que la JIFE es una repartición que existe y se debe a la voluntad de todos los Estados que conforman el sistema de Naciones Unidas, lo cual debería obligarlo a utilizar un lenguaje prudente para referirse a los miembros constitutivos del organismo.
Se entiende que la justificación de su empleo, salario y gastos de representación lo obligan a manifestarse cuando se produce un alejamiento unilateral de los acuerdos y pactos que fundamentan la existencia misma de su fuente de trabajo, pero al hacerlo debe reprimir el tono ofensivo e injerencista que ha utilizado.
Pero como en vez de ello prefiere actuar como un profeta y dar lecciones, obviando la pregunta obligada: ¿en dónde estaba la JIFE y qué tono utilizó cuando 17 Estados de EEUU, así como el distrito de Columbia, Colorado y Washington legalizaron el uso recreativo de la planta? O, en palabras de Mujica: “¿tienen dos discursos, uno para Uruguay y otro para los que son fuertes?”.
Ya sea que el exabrupto de Yans sea producto del cretinismo burocrático –especialmente arraigado en la JIFE que hostiga a países periféricos y calla sistemáticamente sobre la masiva producción de cannabis o drogas de diseño en EEUU y otros países centrales–, de estupidez estrictamente personal, o una combinación de ambas, aunada a la retorcida decadencia del sistema institucional internacional, la indignación del más sincero y auténtico de los mandatarios de nuestra región es tan legítima y didáctica que amerita comentarse.
La apuesta uruguaya, preñada de riesgos e incertidumbres, se aparta atrevidamente de la política antidrogas ejercida universalmente –incluyendo nuestro país, que se distingue en el enfoque de la producción de coca, pero en nada más– que no ha dejado de cosechar fracasos durante décadas, con la pérdida de centenares de miles de vidas, enormes costos en materia de salud pública, pérdidas laborales, desbalances sociales, políticos y familiares.
La política uruguaya es también distinta a la holandesa y a otras formas de tolerancia abierta o solapada, que consiguen atenuar la violencia que acompaña al tráfico, pero que no arrebatan el control del mercado a los empresarios que manejan el cultivo, procesamiento, exportación, mercadeo y ventas de las sustancias prohibidas.
El enfoque uruguayo busca quitar el piso a esos empresarios clandestinos y sus violentos medios, introduciendo al Estado en la producción y registrando minuciosamente a productores privados, igual que a los consumidores, quienes deben adquirir la marihuana en las farmacias.
El tiempo mostrará las ventajas y problemas de la primera política estatal que, efectivamente, quiebra el paradigma de la guerra contra las drogas, creado y propagado por EEUU.
Mujica ha necesitado una buena dosis de intrepidez para empujar esta alternativa, ante una actitud adversa del electorado, que se manifiesta, en un porcentaje del 63%, contrario a la nueva ley.
Consciente de esta actitud, el Presidente ha explicado: "Somos un país de viejos, nos cuesta mucho entender y atender a los jóvenes”. "La ley intenta una regulación, no es que sea un viva la pepa. Se intenta terminar con la clandestinidad, identificar y tener un mercado a la luz del día”.