COLUMNA VERTEBRAL
El MAS y la democracia
El MAS y la democracia
Carlos D. Mesa Gisbert.- El problema principal de la democracia boliviana hoy es la insistencia del gobierno en mantener una hegemonía política anclada en la idea del partido único, discurso único y modelo único.
Los reiterados triunfos electorales de Morales (especialmente 2005 y 2009), permitieron la construcción de una sólida mayoría y la consolidación de un dominio político basado en la legitimidad de origen que nadie puede cuestionar.
Simultáneamente, la oposición no fue capaz de hacer una lectura correcta de la realidad. Presupuso que el nuevo poder instalado el 2006 respondía a los parámetros de la política previa al 2003 y actuó en consecuencia. No pudo o no quiso construir partido desde una coalición y, fragmentada por las pulsiones regionales, acabó hundiéndose ante el discurso seductor de un oficialismo que venía con el imparable impulso del cambio.
Pero sería un error suponer que el déficit de la oposición explica la actual situación. El origen del problema está en la naturaleza intrínseca de los gobernantes, su convicción de que las transformaciones de fondo que llevaron adelante como producto de una marea popular, construyen una legitimidad más allá de las “convenciones” democráticas. En otras palabras, que su primer imperativo es la permanencia en el poder porque los cambios no tienen marcha atrás y la garantía de su ejecución depende de un sistema instalado de manera definitiva en el gobierno. Mente revolucionaria en una realidad democrática, lo que lleva a una lectura equivocada de la realidad.
La terrible conclusión es que lo que se está haciendo es lo que se debe hacer. Conclusión a la que conduce el ejercicio del poder total y la consolidación de mecanismos que están inevitablemente teñidos de autoritarismo. Para que esto haya sido posible y pueda serlo por más tiempo aún, se aplican determinadas acciones.
1. Control de todos los poderes del Estado. 2. Debilitamiento de la oposición descabezando a sus líderes más visibles a través de mecanismos legítimos e ilegítimos. Entre los ilegítimos la judicialización de la política y la vulneración de derechos básicos como el del debido proceso. 3. Reglas de juego desequilibradas. Los mecanismos y recursos del gobierno a favor de quien lo ejerce y se postula (a pesar de que la Constitución lo prohíbe) para seguir ejerciéndolo. Campaña electoral permanente a partir de recursos del Estado que se confunden con los del candidato. 4. Medios de comunicación amedrentados o copados, y medios de comunicación estatales que son plataformas de propaganda centrada en la figura del jefe del Estado. 4. Limitación o prohibición de acciones de oposición a las políticas del gobierno. La acusación de “política desestabilizadora o conspiradora” de todo aquello que se percibe como una forma de debilitamiento de las políticas oficiales (con consecuencias directas sobre quienes las ejercen). 5. Construcción de un escenario de “buenos y malos”, amigos y enemigos. El pueblo es sistemáticamente bombardeado con mensajes que establecen una lógica maniquea en la que no hay lugar para los matices. 5. Deificación del presente y descalificación sistemática del pasado. Nada de lo que se hizo antes de 2006 estuvo bien. La satanización de ese pasado a través de palabras con contenido negativo. Se desnaturaliza lo anterior y se la etiqueta (“Neoliberales”, léase, vendepatrias, corruptos, represores, defensores de los intereses de las elites, etc.). 6. El Presidente es un mito viviente, intocable y depositario de todas las virtudes. Culto a la personalidad. 7. Todo para los amigos, nada para los enemigos. Esta realidad da lugar inevitablemente al prebendalismo, cooptación y corrupción.
Nadie puede discutir los elementos de transformación positiva que implicó el proyecto de 2006, el buen manejo de determinados factores de la bonanza económica, el genuino esfuerzo por terminar la discriminación y el racismo, el impulso a la movilidad social y los méritos que han logrado un electorado importante favorable al actual esquema político. Pero tampoco se puede negar que la filosofía esencial del masismo no está apoyada en un espíritu democrático que crea en el pluralismo, el respeto a las ideas ajenas, la aceptación de que una oposición vigorosa es imprescindible para cualquier proceso democrático, y que la imprescindible alternabilidad obliga a aceptar la derrota como una posibilidad.
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