Jueves, 9 de enero de 2014
 

SURAZO

Melchor Daza y los indignos

Melchor Daza y los indignos

Juan José Toro Montoya.- Ningún historiador que se respete mira a la fundación de Bolivia como el acto heroico que nos pintan en la escuela. A estas alturas del siglo XXI, los verdaderos estudiosos de la historia saben que la decisión de fundar un país sobre la base de la Audiencia de Charcas fue el resultado de un astuto plan liderado por Casimiro Olañeta cuyo principal objetivo era manejar los hilos del poder en un territorio que ya de por sí era vasto y, por lo tanto, difícil de controlar. Si Charcas se unía al Perú, a la Argentina o formaba parte de una nación mayor —como pretendía Bolívar— Olañeta y los doctores de Chuquisaca que lo respaldaban se hubieran perdido como pulgas en el desierto.
Sucre fue quien tuvo la idea de convocar a una asamblea para deliberar sobre el destino de las cinco provincias de Charcas y por ello emitió el decreto del 9 de febrero de 1825 que, además, fijó las condiciones para ser elegido diputado. Había que ser varón, saber leer y escribir y tener una renta mínima. A esas condiciones restrictivas, Olañeta le sumó otras y así se aseguró de que los asistentes a aquella primera asamblea fueran personas afines a su causa. “Los asistentes al Congreso de Diputados de los cinco Departamentos del país son enviados de la clase superior”, apunta Mariano Baptista Gumucio.
Debido a ello, ningún indio, ningún mestizo, ni la gran mayoría de los sobrevivientes de la guerra de la independencia, los verdaderos héroes, fueron elegidos para la Asamblea Deliberante y no formaron parte de la fundación de Bolivia.
Charles Wolfgang Arnade hace notar que sólo dos combatientes llegaron a diputados, José Miguel Lanza y José Ballivián, pero la historia —que, contrariamente a lo que muchos creen, es dinámica— confirmó recientemente que hubo un tercero: Melchor Daza Oré.
Melchor Daza nació en Potosí el 7 de enero de 1791 así que apenas tenía 19 años cuando conspiró y participó activamente del alzamiento del 10 de Noviembre. Cuando el ejército del norte comandado por Juan José Castelli llegó a la Villa Imperial, Daza se enlistó en él y luchó desde entonces hasta la última batalla, la que se peleó en Tumusla el 1 de abril de 1825 y en la que resultó herido.
Estuvo en las grandes derrotas, como en Guaqui, pero también en algunas de las más gloriosas victorias como las batallas de Salta y Tucumán, que determinaron la libertad del Virreinato de la Plata, hoy Argentina. Enviado por sus superiores, también participó en las batallas de La Tablada y Pichincha.
Cuando Sucre llamó a la Asamblea Deliberante, Daza tenía el grado de Sargento Mayor y fue elegido diputado por Chichas. Su firma figura entre los firmantes del Acta de la Independencia.
No se sabe cuál fue la participación de Daza en la Asamblea porque el secretario olañetista que redactó las actas no lo consigna, como tampoco escribió nada sobre Lanza y Ballivián, pero sí se sabe que siguió combatiendo por el país hasta después de la fundación. Fue uno de los vencedores de Yanacocha y Socabaya e incluso de la Batalla de Ingavi.
Como se ve, Melchor Daza fue un héroe en toda la extensión de la palabra y su figura no sólo merece ser reconocida en su tierra natal, como está ocurriendo ahora, sino ser elevada al altar de las grandes figuras nacionales, allí donde ya no deberían estar los Olañeta, Urcullu y Serrano.