Sábado, 11 de enero de 2014
 

BARLAMENTOS

Apellidos, prejuicios y complejos

Apellidos, prejuicios y complejos

Winston Estremadoiro.- Está de moda enaltecer lo que alguno imagina “originario” para dar palo a lo extranjero. Es terreno fértil a contrasentidos risibles, como los apellidos españoles de uno al que dan rabia los extranjeros, por ser parte del imaginario colonialista, dice. Su paterno es tan oriundo de Extremadura, y Castilla y León, como su materno es español. Inclusive tienen escudo heráldico, igual que Estremadoiro. Tal vez no tan noble, mi apellido quería decir “lugar donde se reparten las ovejas” luego de triscar todo el día en pastos comunes proclives a mescolanza. ¿Como en el altiplano?
Causa risa que los andinos Perú-bolivianos, que atribuyen el apellido “Mamani” (halcón) a esa parte del mundo, discrepen con italianos que lo originan en Bérgamo. Quispe es el segundo apellido más común, después de Mamani. Es quechua en origen y simboliza ‘el que brilla’. Alguno lo atribuye al ruso “Qui Spec”, Para no hablar de otros que lo degradan al eslavo Quisbert, suponiendo quizá que es de origen catalán.
Peor aún es vincular los apellidos tildados de extranjeros con “grupos coloniales”, “oligárquicos”. ¿Te casaste?, se burló un amigo de uno que había añadido el “de” al suyo, en pretensión cursi de sangre azul; el del historiador y ex presidente solo abrevia el “Diego” de su segundo nombre. Que yo sepa, los apellidos croatas llegaron a Bolivia en el siglo 20; otra cosa es que con el ñeque de inmigrantes hayan hecho fortuna y se hayan incorporado a grupos de poder, aquí y en todas partes. Otro baile es que no se hayan juntado a los “Mamani, Condori o Quispe”, que para entonces ya no eran nobles incaicos. ¿Acaso la extirpada casta ‘orejona’ Inca subyugó a la etnia aymara con besos, ternura, qué derroche de amor, cuánta locura, poco antes de la llegada de los conquistadores hispanos?
El meollo del asunto es el prejuicio, dañina forma de diferenciación entre las gentes que origina al racismo. Pues bien, racismo al revés y complejo de inferioridad revelan vengativas aseveraciones de uno que quizá fue bautizado Maximiliano, como el austríaco que resucitó un imperio europeo en México, derrotado por el primer Presidente indígena de América Latina: Benito Juárez. ¿No es revanchismo racista y acomplejado afirmar que “Tenemos suficientes argumentos para realmente cobrarnos revanchas históricas absolutamente justificadas”?
Tapar el sol con un dedo es desconocer, o degradar, el mestizaje. México lo hace piedra angular de su unidad como nación. En Bolivia sigue el iluso negar que el charango andino sea vástago de la hispánica guitarra; que el sincretismo de creencias animistas con el catolicismo, ha resultado en fiestas religiosas que honran a docenas de vírgenes y santos; ¿no es la montera tarabuqueña, quechua, copia del casco español del siglo 16? Hoy embuten la wiphala como pareja de la tricolor, pero sigue abierto debatir si proviene de Tercios españoles paseando sus pendones por Flandes.
Las falaces banderas étnicas, que entre balaceras y cuarteles embutieron la actual Constitución plurinacional de treinta y tantas ‘nacionalidades’, con el Censo de 2012 se vuelve chistosa. Su renuencia a introducir categorías como ‘mestizo’ y su reiterada postergación, “balcanizan” el país y ocultan la primacía aymara, so pretexto de enaltecer un variopinto ancestro indígena.
No otra cosa significa que en el Censo 2012, una decena que nacieron hablando vietnamita, sean más numerosos en Bolivia que los que hablaban Araona, Canichana, Moré y Pacahuara. Que parlantes de Baure, Cavineño, Cayubaba, Puquina, Sirionó, Tacana, Tapieté, Yaminawa, Yuki y Zamuco, dispersos en la inmensa geografía nacional, no llenen un coliseo de las docenas construidas por el régimen “del cambio” en pueblos sin alcantarillado. Que los 62.743 censados como hablantes de ‘alemán’ seguramente incluyen a los menonitas, que hablan un germánico antiguo; censarlos como parlantes del idioma de Goethe es tan inexacto como meter en un saco a los que comparten lenguas romance o románicas –español, portugués, italiano, francés y rumano, las principales entre 44 de ellas– derivadas todas del latín.
Disculpen la arrogancia, por tratar temas banales con los que racistas al revés y acomplejados de nuevo cuño destilan veneno.