Domingo, 12 de enero de 2014
 
El baño del bautismo

El baño del bautismo

Jesús Pérez Rodríguez, OFM.- Terminamos el tiempo de Navidad con la fiesta de hoy, el BAUTISMO de Jesús de Nazaret. Este bautismo de Jesús no es el sacramento del bautismo que hemos recibido los creyentes cristianos. Era un rito previo a la llegada del Mesías, Cristo. Preparaba a arrepentirse de los pecados, condición sine qua non para entrar al Reino de Dios, aceptando a Jesús como él único Mesías enviado por el Padre.
Este gesto de Jesús, poniéndose en la fila de los pecadores y esperando el turno para ser bautizado por Juan es algo estremecedor y conmovedor, pues Cristo era y es el Hijo de Dios, el Salvador del mundo, igual en todo a nosotros. Él no tenía de que arrepentirse, él es el Santo, no había pecado en él.
Este rito lo aprovechó Jesús para encontrarse con Juan, el Precursor; asimismo para que el Padre lo presente en la sociedad, manifestando el gran misterio escondido desde la creación del mundo. También para señalar el único camino que hay para ser sabios: la conversión hacia Cristo como Salvador. Al mismo tiempo podemos ver en este episodio del bautismo una evocación del sacramento del bautismo. Este sacramento como los otros seis nace del calvario, de la muerte redentora de Cristo.
Hay que tener en cuenta que el baño del bautismo tiene un gran simbolismo, pues en medio de aquel sol radiante del desierto donde Juan bautizaba, servía y se agradecía aquel refrescante. Sin duda alguna que era expresión de purificación como hoy día sigue en varias religiones no cristianas. Pero el sacramento del bautismo no es sólo un baño con agua, actúa como dice Jesús, el Espíritu Santo, “el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios”. El bautismo-sacramento lo instituyó Jesús y también lo ordenó a los apóstoles. El bautismo instituido por Cristo es con agua y el Espíritu Santo.
Fue en el bautismo de Jesús en el río Jordán donde se manifestó Dios, como uno y trino. Hasta ese momento, este gran misterio de nuestra fe no lo conocía nadie, excepto María y José. Pues María y José sabían que su hijo era obra de Dios a través del Espíritu Santo. El Padre habla y revela el misterio de Dios en Cristo Jesús ante todos los presentes: “Tú eres mi Hijo, muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección”. También dijo la voz del cielo: “Escúchenlo”.
Juan Bautista en su predicación para preparar los corazones de los israelitas, anunció a Jesús como aquél que bautizaría con “fuego y Espíritu Santo”. Cada bautizado ha recibido la vida de hijo de Dios con el fuego del Espíritu Santo, espíritu que nos hace capaces de enfrentar las fuerzas del espíritu del mal. Del Espíritu que se posó en forma de paloma en Jesús para expresar la unión divina y la fuerza de Dios, San Pedro nos dice: “Ungido por Dios por la fuerza del Espíritu Santo”. Ese mismo Espíritu es el que está en cada uno de los bautizados.
Hoy se nos invita a trabajar por conocer y comprender mucho más a Cristo. La falta de formación en muchos cristianos es asombrosa. Una de las formas de profundizar en Jesús de Nazaret es evocando cada día nuestro bautismo. El bautismo de Cristo es el prototipo de nuestro bautismo, como nos dice el prefacio de esta fiesta: “En el bautismo de Cristo has realizado signos prodigiosos para manifestar el misterio del nuevo bautismo”.
Hay que recordar que Dios cuenta con nosotros para que el conocimiento de su Hijo llegue a todo el mundo. Nos molestan las tinieblas producidas por un apagón de luz. Con la luz nos sentimos alegres. Esto mismo pasa con el Espíritu Santo, él es amor, alegría, fe…
La alegría más grande sería para el cristiano lleno de ardor el comunicar la fe que tiene, “la fe crece comunicándola”. La fe se vive o se tiene viviéndola. El discípulo misionero, o sea, el cristiano lleno de amor sabe cuánto gozo produce transmitir la verdad. Jesús nos ha dicho que “no hay mayor amor que dar la vida por otros”. Cuando con nuestro apostolado o testimonio de Cristo, damos el sentido a la vida, es más importante que dar la vida.
De Cristo nos dicen los Hechos de los Apóstoles que “pasó haciendo el bien, porque Dios estaba con él”. Si Dios y su santo Espíritu está con nosotros –así lo creemos– deberíamos no cansarnos de comunicar la salvación que gratuitamente hemos recibido.