TAL COMO LO VEO
¿Quiénes deberían gobernar?
¿Quiénes deberían gobernar?
Waldo Peña Cazas.- Una encuesta honesta en los sectores mejor informados y más cultos de la población revelaría sin duda un profundo desencanto por las opciones probables en las próximas elecciones generales. Los más notables personajes de la vida pública –oficialistas y opositores– usan el gastado discurso de siempre y han perdido credibilidad; pero se emperran en acaparar la democracia y pretenden conducir la nave del Estado, cuando podrían dedicarse a algo más acorde con su capacidad: conducir un taxi o un micro, por ejemplo.
La pregunta es: si los políticos profesionales han fracasado, ¿quiénes deberían legislar y gobernar? ¿Filósofos, sociólogos, economistas, sacerdotes, abogados, maestros, obreros, poetas, intelectuales? Goni Sánchez, empresario presidente, preguntó a la prensa, ironizando: “si yo renuncio, ¿quién gobernará? ¿Evo Morales?”. La achuntó, sin querer, y hoy no sabemos si el remedio fue peor que la enfermedad.
En todo el mundo, el hombre común atiende al fenómeno político oscilando entre la cobarde apatía, la necia tolerancia o la indignación pasiva; y las minorías cultas se abstienen de participar, por desencanto, por profilaxis, por no contaminarse con lo corrupto. Las preferencias electorales cambian al vaivén de los escándalos, de modo que las trapacerías de hoy hacen olvidar las de ayer, y son electos los corruptos más antiguos. La filosofía predominante es “yo vivo de mi trabajo, y no de la política”.
El error está –recordemos a Maquiavelo– en concebir la política en términos idealistas, en un mundo donde todo está podrido. La política puede ser cosas distintas, desde el punto de vista de la teoría del Estado, de los partidos, de los grupos de presión, o de los simples electores, sin que haya una clara línea divisoria entre esas esferas. Un análisis formal tendría que contemplar sobre todo el estudio del por el cual la gente se relaciona en su vida pública, y la consecuente estilización de las actitudes políticas.
Participar en política no significa necesariamente militar en un partido y postularse para diputado o concejal, que es la manera más torpe de hacerlo. Tampoco es importante entender la política en un sentido rigurosamente técnico, en sus implicaciones con la economía, la banca privada, la deuda pública, las cuestiones presupuestarias, los planes de desarrollo o las relaciones internacionales. Esa es tarea de asesores y especialistas. Acudir a las urnas y mojar un dedo en tinta indeleble es apenas una farsa que legaliza el fraude. La participación honesta consiste en cumplir las obligaciones, con ojo vigilante, con conciencia crítica, desde las trincheras del hogar y del trabajo. En rigor, todos estamos en el juego, aún sin quererlo, desde el momento en que somos ciudadanos.
En el mundo de hoy, la brecha entre la ciudad y el campo se ha estrechado; pero en Bolivia no hemos superado los tiempos de privilegiados derechos sociales y políticos. Ni siquiera los centros urbanos están bien integrados, pues todo se decide en la sede de gobierno, y allí debe radicar todo político ambicioso. Pero, aún en La Paz, los ciudadanos mejor educados y bien informados se apartan, por pudor, por desilusión o por asepsia, para no contaminarse.
Hoy se ha acelerado el tránsito de las clases bajas hacia un protagonismo real pero torpe, con mayor pérdida de eficacia, por fallas de educación. La vieja casta política está caduca; pero, ¿hemos mejorado o empeorado? Los peores se creen predestinados a gobernar y los mejores dan por sentado que han nacido para ser gobernados. Nadie conoce qué misterioso mecanismo predestina a ciertos individuos al disfrute perpetuo del poder; pero hay algo evidente: en este sistema, todo gobernante es fatalmente peor que el anterior.
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