Viernes, 17 de enero de 2014
 

BARLAMENTOS

Perlita del Censo 2012

Perlita del Censo 2012

Winston Estremadoiro.- Cómo seremos de cojudos los bolivianos, que una de las consignas que propulsó el ascenso de Evo Morales a la cima política fue aquella de “gas para los bolivianos”. Fue el estribillo que amenizó el ascenso del ‘amado Presidente y gran timonel’, que hoy tenemos atragantado como versión chata de Mao Zedong, autócrata populista. En China, desembocó en el Deng Xiaoping del ‘no importaba el color del gato, sino que cace ratones’; en Bolivia, ¿qué será, será?
En el fondo del tema está la energía, el verdadero poder de las naciones. Bolivia perdió la chance de ser pionero de la exportación de gas natural por un puerto binacional con el Pacific LNG. Perú lo agarró y no sólo propuso su eventual venta a Chile, sino también lucró del desbande de perdices de inversiones petroleras de la chovinista Bolivia, espantadas por las balas de fogueo de una mentirosa nacionalización de hidrocarburos: ha cuadruplicado sus reservas, e invertirá más de 16 mil millones de dólares en proyectos de gas natural al 2022. Nuestro país era el último país en el ranquin de inversión petrolera en 2013.
Encontré otra perlita –así la llamaron en el editorial de El Nacional de Tarija. En país de ilusos que se bañan en la vanagloria de un satélite de más de 300 millones de dólares, ahora resulta que casi tres millones de bolivianos siguen cocinando a leña o, mejor, a bosta, que no es sino caca seca de animales. Gran parte de los bolivianos usa garrafas de gas para cocinar y sólo un diez por ciento accede al gas domiciliario. Contrasten con la orgía mediática del Rally Dakar, donde no escaseó gasolina extra ni diesel importado para motos y cuadraciclos que ensuciaron la maravilla natural del Salar de Uyuni. Surtidores móviles para el Dakar, sí; tanques de gas de capacidad acorde con demanda de poblados, no.
Tarija es la más quejosa de que la era de la leña continúe en la tierra del gas. Las Tres Marías del gas natural tarijeño –Yacuiba, Villamontes y Caraparí– podrían triplicarse con campos en Chuquisaca, Santa Cruz, Cochabamba y La Paz, de no ser la errática política hidrocarburífera del Gobierno. La cenicienta es Caraparí, que recuerdo como aldea Potemkim –pantallas soviéticas del avance urbano– toda fachada con medidores domiciliarios de gas, sin que hubiese provisión local del energético. Hoy tiene potrero de feria, quizá hasta coliseo, pero tal vez ni agua potable, ni energía eléctrica ni alcantarillas. Igual los carapareños tienen que viajar a la frontera para cambiar un cheque o cargar combustible, dice Esteban Farfán Romero.
Sí que importa el color del gato en el país. No cazan ratones en beneficio del bien público, sino son muertos de hambre convertidos en nuevos ricos de la noche a la mañana, nombrados no por mérito sino por adulonería y transfugio político. La politiquería tiene autoridades obsecuentes al jefazo, lo que sugiere que basta ser lambiscón para hacer fortuna. Augurios de que se acabarán las reservas de gas si no hay exploración y desarrollo, contrastan con bellacadas del Canciller de que Suiza ha tenido abundancia por la energía de un Ekeko, pieza arqueológica cuya recuperación traerá bonanza a Bolivia.
Mal de muchos, consuelo de tontos, dicen. Dos mil seiscientos millones de seres humanos cocinan y se abrigan quemando leña y estiércol en el mundo. Tres millones y medio mueren cada año por respirar aire viciado por el humo, que eufemísticamente se llama ‘contaminación atmosférica interior’. Apuesto que la macabra alícuota boliviana proviene en su mayoría de indígenas. El contrasentido es que ellos son los adulados por la retórica, que según las “estrategias para destruir la dominación k’hara” de su blanquinoso ideólogo, “utiliza el apego a la identidad étnica y comunitaria como factor de articulación política e ideológica…del proyecto estatal indígena”. Aymara deben ser, porque las demás etnias solo sirven de pantalla.
Al meditar sobre tales paradojas, me invade un ‘día azul’ depresivo sin haber gozado vacaciones. Golpea que nuestro país padezca semejante distorsión de prioridades. Paja mental es pensar que al colocar un satélite en el espacio, ya ingresamos en la era espacial. Mejor hubiese sido invertir los más de 300 millones de dólares en equipos y suministros para atender la salud. Pero no rinde votos. Si de promover turismo se trata, en vez de malgastar en rogativas saladas de que el Dakar pase por el altiplano, ¿por qué no invertir en avisaje del producto turístico Bolivia, para que no sea rebalse del flujo a países vecinos? Pero no rinde votos.