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Adiós a las armas en Siria
Adiós a las armas en Siria
Volke Perthes.- Es poco probable que la Segunda Conferencia de Ginebra sobre Siria que tendrá inicio en Montreux, Suiza, el 22 de enero, logre su objetivo de conformar una autoridad de gobierno transitoria con plenos poderes ejecutivos. Pero lo que sí puede hacer es lanzar un proceso político muy necesario y, más importante aún, generar un acuerdo de alto el fuego entre las fuerzas del gobierno y de la oposición. Recién cuando se hayan detenido los combates, Siria podrá avanzar de manera genuina hacia una transición política.
Por supuesto, los grupos yihadistas vinculados a Al Qaeda como el Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS por su sigla en inglés), que se han convertido en una fuerza poderosa en el lugar, y el Frente Al-Nusra no estarán representados en Montreux –y no deberían estarlo tampoco, sobre todo porque no se sentirán alcanzados por ningún acuerdo–. Pero esto no debería servir como una excusa para no procurar un cese del fuego. Después de todo, si se pudieran frenar los combates entre las fuerzas del régimen y algunos grupos armados –vale decir, aquellos que se asocian con la Coalición Nacional Siria, o por lo menos están dispuestos a coordinarse con el Ejército Libre de Siria (FSA por su sigla en inglés) y el Frente Islámico en parte respaldado por Arabia Saudita¬– ya sería un logro importante.
Un alto el fuego es crítico, porque los combates sirven a los intereses de los elementos más brutales de ambos lados del conflicto. Esto incluye al liderazgo central del régimen del presidente Bashar al-Assad, que hoy está respaldado por Hezbollah y milicias iraquíes, así como al ISIS, que está compuesto en gran parte por combatientes no sirios a quienes no les preocupa reconstruir el país o salvaguardar el futuro de su pueblo.
Como sucede en cualquier guerra civil, cuanto más perdure el conflicto, este tipo de generadores de violencia cada vez tendrán más probabilidades de triunfar. Se alimentan de sus propias atrocidades o de las de sus opositores para ganar apoyo a través del miedo más que de la convicción -utilizando videos para recaudar fondos y reclutar nuevos miembros.
Con combatientes entrenados y una buena dosis de dinero y armas, el ISIS y el Frente Al-Nusra prosperan en un contexto de guerra y anarquía persistentes. Mientras tanto, el régimen de Assad saca ventaja del hecho de que partes del país que ya no controla no se pueden llamar "zonas liberadas", en vista del caos y el extremismo que imperan en esas áreas.
Un cese del fuego iniciaría un cambio en esta dinámica, permitiendo que los suministros humanitarios llegasen a las zonas donde más se los necesita, frenando la "somalización" gradual del país. Esto ayudaría a detener el flujo de refugiados –y el derrame de violencia– a países vecinos, especialmente el Líbano e Irak.
Es más, un cese del fuego facilitaría la reconstrucción económica, permitiendo al mismo tiempo que los actores políticos moderados y la sociedad civil recuperaran una cuota de poder de los extremistas –un cambio que el pueblo sirio en general recibiría de buen agrado–. De hecho, la gente que vive en zonas controladas por los yihadistas está profundamente disconforme con los matones de Al Qaeda que los aterrorizan e intentan imponer su visión de las costumbres islámicas, a tal punto que, cada vez más, el régimen de Assad parece una mejor alternativa frente a la guerra continua o una toma del poder por parte de Al Qaeda.
El problema es que, mientras la violencia impida que las fuerzas moderadas restablezcan los servicios sociales y las estructuras administrativas, la capacidad de resistencia del pueblo seguirá siendo débil. Las organizaciones internacionales podrían tratar estas estructuras como autoridades de facto, otorgándoles ayuda directa y también brindándoles a las ONG y a los investigadores de las Naciones Unidas la oportunidad de recoger evidencia de crímenes de guerra para futuros procesos judiciales o de comisiones de la verdad.
Sin duda, los temores de que un alto el fuego pueda derivar en una estabilización de los frentes de batalla, convirtiéndolos en líneas divisorias semipermanentes, son válidos. Después de todo, un alto el fuego no es un acuerdo de paz; por el momento, dejaría a las fuerzas del régimen y de la oposición en sus respectivas posiciones. Pero hacer que diferentes autoridades administren diferentes partes de Siria es preferible a la falta de cualquier gobernancia responsable en grandes franjas del país.
Es más, un alto el fuego permitiría al FSA y sus aliados coordinar una acción con unidades del ejército regular contra bandas de Al Qaeda, que sin duda intentarían sustentar la violencia. Incluso una cooperación limitada de este tipo haría progresar el "proceso de Ginebra", especialmente las negociaciones destinadas a establecer una autoridad transitoria que comande las fuerzas armadas.
Considerando que el régimen de Assad tiene un poder de fuego abrumador, su consentimiento es vital para lograr un acuerdo de cese del fuego. La responsabilidad de convencer a Assad de dejar de tirar proyectiles y bombardear zonas en manos de la oposición recaería principalmente en sus aliados internacionales, Rusia e Irán. Al hacerlo, deberían tener en cuenta que fue Assad quien llevó al país a la guerra civil al elegir una solución militar cuando miembros de alto nivel de su propio gobierno y partido político defendían un acuerdo negociado.
Ni Rusia ni Irán están interesados en prolongar una guerra que está desestabilizando Oriente Medio y fomentando la propagación del extremismo al estilo de Al Qaeda. De hecho, ambos ya han colaborado para llevar al régimen sirio a Ginebra. Ahora, deben condicionar su respaldo a la delegación de Assad a que él acepte un cese del fuego. De lo contrario, las perspectivas de un resultado que deje a Siria intacta y viable sólo se tornarán más débiles.
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