Sábado, 25 de enero de 2014
 

PROJECT SYNDICATE

El pequeño gran hombre de Francia

El pequeño gran hombre de Francia

Dominique Moisi.- Los estereotipos nacionales no desaparecen fácilmente, en particular si quienes tienen influencia parecen hacer todo lo posible para justificarlos. Pensemos en el caso de Francia. Para los extraños, la tierra de Molière es un país en el que se toleran las relaciones extramaritales de los dirigentes políticos, pero no unas reformas económicas vitalmente necesarias.
Pero puede que al mundo le espere una sorpresa... o al menos media sorpresa. En materia de relaciones de los políticos, puede prevalecer en Francia la continuidad, pero en materia de reformas el cambio puede estar a la vuelta de la esquina.
El Presidente François Hollande ha anunciado medidas que, de aplicarse, equivaldrían a una revolución pacífica: una importante reconciliación con el mundo empresarial e industrial que incluso su más enérgico predecesor, Nicolas Sarkozy, no se atrevió a probar, pese a sus inclinaciones más conservadoras o precisamente por ellas.
Sin embargo, la realidad del cambio ha quedado entorpecida por el estereotipo de la continuidad. La atrevida promesa de Hollande de 30.000 millones de euros (40.600 millones de dólares) en rebajas fiscales para impulsar la economía ha quedado secuestrada, al menos en parte, por las revelaciones de su vida privada.
Las encuestas de opinión hechas a raíz de la publicación de las fotografías de un Hollande con la cabeza totalmente tapada por un casco y dirigiéndose en una moto conducida por uno de sus guardaespaldas a una cita con una actriz francesa indican que los franceses están ligeramente interesados al respecto, pero la realidad es más compleja.
Los franceses no se sienten moralmente escandalizados por esas revelaciones. Aunque la segunda familia del ex Presidente François Mitterrand fue casi un secreto de Estado, conocido sólo por una minoría selecta y ocultado al público por una prensa reverencial, su querida y su hija asistieron a su funeral. Y la tumultuosa vida privada de Sarkozy al comienzo de su presidencia estuvo a la vista de todos.
A diferencia de los británicos y los americanos, los franceses están mucho menos obsesionados por el sexo que por los escándalos financieros. Las encuestas de opinión revelan un dualismo interesante: los franceses quieren la máxima libertad en la esfera privada y la máxima protección en la pública.
Así, que los franceses no critican a Hollande por razones éticas, sino políticas. El Presidente de la Grande Nation, heredero político del Rey Sol y del General De Gaulle, se ha puesto en ridículo: resultaba, sencillamente, ridículo en su moto.
Victor Hugo acuñó la fórmula Napoléon le petit para calificar a Napoleón III. ¿Se calificará algún día a Hollande, que tanto parece inspirarse para su vida pública y privada en su mentor y modelo, el primer presidente socialista de la Historia, de Mitterrand le petit?
El vodevil puede ser una especialidad francesa, como el pan, el queso y el vino, pero no fortalece la dignidad y la credibilidad de una presidencia ya espectacularmente impopular. Hollande quería ser un “presidente normal”. En las imágenes robadas en las que se lo ve camino de una cita amorosa, parece superarse a sí mismo y los humoristas –e incluso los políticos franceses– se han apresurado a aprovecharse de su vulnerabilidad.
Hollande puede estar enamorado de otra mujer: son cosas que pasan; pero, si es así, no se podría haber revelado en un momento peor: precisamente cuando se proponía imprimir un nuevo rumbo, valiente y urgentemente necesario, al país. Podemos lamentar la desaparición de los límites entre la vida privada y la pública en nuestra era mundial de Internet, pero debemos ajustarnos a ella... y está claro que Hollande no lo ha hecho.
Naturalmente, la pregunta fundamental es por qué Hollande esperó 18 meses antes de hacer lo correcto y ayudar a la economía francesa a aliviar la carga fiscal que ha estado reduciendo la competitividad de las empresas francesas. La respuesta oficial es la de que el deterioro de la situación económica no dejaba otra opción.
Para algunos, incluido yo, Hollande fue desde el principio un verdadero socialdemócrata, pero, como había hecho una campaña de socialista y como las profundas divisiones de su propio bando no le permitían contar con una mayoría en el Parlamento, había de revelar su orientación en pro de la industria (sigue denunciando el sector financiero) con un importante retraso. Ya se llame a eso realismo o falta de valentía política, el caso es que se ha perdido un año y medio, con lo que se ha dañado a Francia y a su economía.
Sin embargo, ahora el país puede ir orientado por fin en la dirección correcta, pero es probable que tenga un presidente más débil al timón. Ahora Hollande dispone de tres años para demostrar que, inspirado por unas ideas correctas, puede transformar su reputación –y la de Francia– con resultados económicos, ya que no con su comportamiento personal.