TORMENTA MUDA
Radiografía de la sinrazón de la razón
Radiografía de la sinrazón de la razón
Juan José Anaya Giorgis.- El diccionario castellano de la Real Academia Española (www.rae.es) acerca el universo etimológico de las palabras, a los afanes especulativos de aquellos legos y palurdos sedientos de saber; por ejemplo, sobre el origen del vocablo “reflexivo”, el diccionario virtual indica: del latín reflexum, supino de reflectere, volver hacia atrás. Se dice que la diferencia entre humanos y otras faunas radica en nuestras cualidades reflexivas; es decir, comprender por qué creemos lo que creemos, como si fuera una segura verdad, por qué profeso mi fe… pensándose a sí mismo, como sí fuéremos otro. Sólo así es posible prever hacia dónde llevan nuestros actos.
La humanidad rara vez ha marchado guiada por ejercicios reflexivos, incluso en occidente, la supuesta panacea aristotélica. La civilización occidental alcanzó el esplendor de su proyecto “racional” consumiendo carburantes. Sin embargo, la “sinrazón” de la razón occidental surge desnuda analizando la historia petrolera.
El kerosén obtenido destilando petróleo empezó a circular en los mercados al promediar el siglo XIX; fue el primer derivado del petróleo que tuvo un masivo éxito comercial y se utilizaba para iluminar. El quinqué a gas de hulla o coque apareció a fines del XVIII, pero era un objeto de uso industrial o suntuario; en los ámbitos domésticos, la luz del aceite de ballena u otras grasas animales prevalecía. El kerosén resultó un excelente sustituto para estos combustibles, costaba menos y alumbraba mejor, a pesar de arrojar gases más sucios. Ya en 1880 el quinqué a kerosén dominaba el mercado de luz, también había anafes a kerosén, y el comercio de fuel oil iba en aumento.
En los albores del siglo XX las aplicaciones del aceite mineral para obtener energía calórica en la industria, lubricantes, y propulsar motores de combustión interna, cobraban gran importancia; el mundo moderno comenzaba a volverse adicto a los hidrocarburos. No obstante, la industria enfrentaba serios problemas. Mientras el acervo cognitivo sobre las propiedades químicas del petróleo y los derivados posibles de obtener, aplicando la destilación, ya había alcanzado un desarrollo técnico notorio a mediados del siglo XIX, los conocimientos sobre las condiciones formativas de los hidrocarburos y sus patrones de acumulación en ciertas regiones del subsuelo, se ignoraban por completo. En otras palabras, el comercio petrolífero se posicionó en los mercados, con éxito promisorio, cuando la minería fósil aún carecía de métodos científicos o fiables para hallar estos yacimientos.
La demanda crecía galopando, pero nadie podía responder a una pregunta: ¿dónde se albergan los depósitos petroleros y por qué? Estos interrogantes fueron resueltos recién en 1901 y 1911. La teoría hipotética de los “anticlinales”, formulada por Anthony Lucas, quedó constada en 1901. Diez años después, el químico Engler fundamentó la tesis sobre el origen orgánico del petróleo con experimentos de laboratorio. La aplicación práctica de la teoría de Engler, integrada a la teoría de los anticlinales, redujo considerablemente la incertidumbre de las operaciones de prospección y perforación de pozos, dotando a la industria petrolera de criterios útiles y rentables para orientar la exploración minera.
La humanidad ha cumplido un siglo viviendo “la sociedad de consumo” gracias al gas y el petróleo, un siglo derrochando carburantes a raudales. ¿Hasta cuándo podrá soportar el planeta esta sinrazón? Lamentablemente desde Bolivia poco podemos hacer.
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