EDITORIAL
La sorprendente consolidación de la Celac
La sorprendente consolidación de la Celac
Contra todas las previsiones, la Celac ha sido adoptada por unanimidad como el instrumento más idóneo para avanzar hacia la integración
La II Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), que tuvo lugar durante los últimos días en La Habana, Cuba, teniendo a Raúl Castro como anfitrión, y con la asistencia de los mandatarios de 30 de sus 33 países miembros, ha dado lugar a múltiples interpretaciones sobre la trascendencia del encuentro cupular. Ninguna de ellas, sin embargo, a diferencia de reuniones anteriores, ha llegado al extremo de poner en duda el carácter extraordinario del mensaje dado al mundo, más entrelíneas que en los documentos oficiales, desde la isla caribeña.
El primer dato que por lo simbólico que es no puede pasar desapercibido es que haya sido precisamente Cuba, con toda la carga histórica que eso representa, el país elegido para exponer con toda su amplitud y diversidad y diversidad de las posiciones políticas, visiones ideológicas y concepciones económicas ahí representadas. Desde el anfitrión, el único gobernante latinoamericano al que aún corresponde el rótulo de “dictador militar”, hasta Sebastián Piñera, otro de los últimos exponentes de las confrontaciones ideológicas del siglo pasado, en el otro polo, todos relegaron a un segundo plano sus inocultables discrepancias y lograron que por encima de ellas se afiance la idea de “Nuestra América”, como una unidad que a pesar de sus diversidades tiene suficientes elementos comunes para reconocerse como diferente ante sí misma y ante los ojos del resto del mundo.
El sólo hecho de que eso haya sido posible es algo que le ha dado a la Cumbre de la Celac un carácter distinto y superior a todas las muchas otras reuniones similares anteriores. Y es eso tan evidente que ni las voces más críticas han llegado a cuestionar el significado de la consolidación de este joven organismo internacional a sólo cuatro años de su concepción.
El éxito que alcanzó la reunión de La Habana es más notable si se considera que hasta hace algo más de un año la Celac parecía condenada a no ser nada más que otro irrelevante espacio de confrontación de fuerzas mutuamente excluyentes, como la proveniente de la corriente liderada por Hugo Chávez y su “Socialismo del Siglo XXI”, por una parte, y su contrapartida, inspirada en las clásicas fórmulas liberales y capitalistas, por otra. En tal contexto, más de una vez se dio por desahuciada la fórmula de integración propuesta, recordando además la infinidad de fracasos de ensayos integracionistas que fueron acumulándose a escala más pequeña en toda la región latinoamericana.
Con esos antecedentes, resulta evidente que gran parte del éxito de la Celac se explica por la rapidez con que se ha producido el desmoronamiento de uno de los bloques de la polarización a la que parecía volver a condenarse nuestro continente. No sólo por la muerte de Hugo Chávez, el principal gestor de una especie de “Internacional Socialista”, sino también, y sobre todo, por el evidente fracaso de ese proyecto político y su modelo económico, la identificación de objetivos e intereses comunes se hizo más fácil.
En ese contexto, lo más relevante de lo decidido en La Habana es sin duda la virtual absolución del régimen cubano. Ya sin las históricas asperezas heredadas de los tiempos de la guerra fría, y con una cuota de realismo político más propenso al pragmatismo que a los principios, los 29 presidentes visitantes dieron tácitamente al anfitrión su aceptación y aprobaron el camino elegido por Cuba para salir paulatinamente del entuerto en que se metió hace 55 años y reincorporarse, aunque sea de manera lenta pero pacífica y segura, a la comunidad de estados latinoamericanos.
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