Lunes, 3 de febrero de 2014
 

EDITORIAL

Argentina, tras los pasos de Venezuela

Argentina, tras los pasos de Venezuela



Ahora, cuando estamos lejos del punto al que el populismo ha conducido a ambos países, es de esperar que ambas experiencias sirvan para alejarse de ese camino

Con una intensidad que no ha podido dejar de traer a la memoria los peores tiempos de la historia económica argentina, durante las últimas semanas se han manifestado con inusitada virulencia los primeros síntomas de una crisis financiera que a través de la devaluación de su moneda amenaza con desencadenar una escalada inflacionaria similar a la que de manera cíclica ha venido golpeando a ese país desde hace muchas décadas hasta hacer de la inflación “a lo argentino” todo un caso de estudio.
Hasta ahora, de nada han servido los esfuerzos del Banco Central para detener el desmoronamiento del peso argentino. Una tras otra han ido fracasando las medidas adoptadas con ese fin y las autoridades del sector económico han tenido que pasar una y otra vez por la humillación de dar marcha atrás pocas horas después de presentar sus fórmulas como si de infalibles panaceas se tratara. Y eso es gravísimo, pues es bien sabido que la pérdida de la confianza en quienes tienen en sus manos el manejo de la economía suele ser la causa principal de la pérdida de control.
Lo más grave, según quienes ven con preocupación el caso argentino, que son quienes temen efectos multiplicadores de escala global, es que lo peor está recién por llegar. Es que ya se ha llegado a un punto en que los cálculos aritméticos no cuadran y el ritmo actual al que el Banco Central está liquidando sus reservas internacionales permite prever que no pasará mucho tiempo antes de que éstas se agoten. Y si eso ocurriera, el colapso tendría dimensiones sólo comparables a las del año 2002.
Tan alarmante como lo que muestran las frías cifras es la actitud con que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner se propone hacer frente a la situación. Durante muchos meses su principal estrategia consistió en falsear las cifras. Instruyó al Instituto Nacional de Estadísticas la elaboración de falsos informes con la vana esperanza de que el ocultamiento de la realidad fuera suficiente para modificarla. Y como si Argentina no tuviera ya suficiente experiencia acumulada desde los años 50 sobre lo inútil que a la postre resulta dar la espalda a la realidad para vivir de ilusiones, reincidió en tal desacierto.
Ahora, y a pesar de que la causa del colapso es ya inocultable, el gobierno argentino insiste en atribuir la culpa al capitalismo, al imperialismo, a las empresas petroleras y a un complot empresarial, todos unidos por el perverso afán de desacreditar al kirchnerismo. Y si así piensan quienes tienen en sus manos la tarea de conjurar el desplome del sistema financiero, no es raro que el pesimismo esté apoderándose de los agentes económicos.
Como si eso fuera poco, se suma como telón de fondo de problema el caso de Venezuela que, con más similitudes que diferencias, muestra con toda claridad los extremos a los que puede llevar la tozudez de quienes todavía creen que las leyes de la economía pueden someterse a sus caprichos como si nada se pudiera aprender de los fracasos del pasado.
Argentina y Venezuela dos países con los que hasta ahora nuestro país ha compartido muy similares inclinaciones, son los más elocuentes modelos de lo que nunca, jamás, se debe hacer. Ahora, cuando felizmente estamos lejos del punto al que el populismo ha conducido a ambos países, es de esperar que ambas experiencias sirvan para alejarse de ese camino.