Lunes, 3 de febrero de 2014
 

PAREMIOLOCOGI@

¿Legítima autocrítica o pura hipocresía?

¿Legítima autocrítica o pura hipocresía?

Arturo Yáñez Cortes.- ¡Vaya sorpresa! Llama la atención que ahora, altos cargos del ejecutivo y legislativo y sus ayuc@s que ahora se las dan de opositores –a la vista de los inocultables resultados – estén declarando que las tan publicitadas “elecciones judiciales” resultaron un fracaso u otros juicios, todos negativos. Ya no se acuerdan o no les conviene hacerlo, que defendieron a poncho y waraka ese sistema como el último grito de la moda en la selección de altos cargos judiciales, al extremo que no faltó quien proclamó sería un modelo de exportación a otros países, cuyos personeros harían fila para copiarse nuestro novedoso y sobre todo exitoso sistema.


Y aunque no fuera cabal echarles toda la culpa de los resultados a los funcionarios “electos”, ni a los reales electores de la Asamblea Legislativa pues buena parte habría que atribuir también a las leyes aprobadas bajo plazo levantando la mano y a otros factores de mayor calado; no cabe duda que esos juicios de los ex apologistas del sistema obedece a que como decía GOETHE la ley puede ser muy dura pero más dura es la realidad, pues hoy es imposible tapar con la alfombra así sea colorichi plurinacional el 84% de presos sin condena, los más de 14.000 presos hacinados en nuestras cárceles, el retraso judicial del 56% en todas las materias y ni qué decir de las demoledoras percepciones ciudadanas cuando por ejemplo, para el 80% de consultados, la “elección” de autoridades judiciales no mejoró la administración de justicia y sólo el 11% se siente representado por esas autoridades; datos revelados por varios estudios recientes a los que me referí en anteriores semanas. Ni qué decir sobre los últimos escándalos revelados.


¿Será que esos juicios críticos obedecen a una legítima –y por tanto plausible– autocrítica o es una prueba más de la hipocresía producto del doble discurso al que nos tienen mal acostumbrados? ¿O se estará preparando el terreno para –una vez exprimidos esos funcionarios honrando la factura por su elección en la ALP– proceder a su reemplazo por haberse convertido en fusibles quemados, sean reemplazados por otros? ¿Será que como se dijo en su momento, ganada la madre de todas las batallas –léase rererelección– deviene no más la aplicación del tradicional reemplazo por otros (fusibles)? Sea lo que esté ocurriendo, sostengo que GOETHE estuvo acertadísimo sobre lo dura que resulta la realidad (peor cuando te das de narices con ella): hemos llegado pues al momento de admitir (para unos) y pavonearse (para otros) que la elección popular de altos cargos judiciales no dio los resultados prometidos por el oficialismo y Cia, al extremo que asistimos al rasgado público de vestiduras plurinacionales, pues ya no queda huaype para entonar el tradicional himno del “yo no fui” (ya muy pocos lo creerían…).


Así las cosas, sostengo que más allá de autocríticas plausibles y/o hipocresías censurables, es innegable que la legitimidad de los así “electos” ha hecho aguas, pues a esta altura del partido y sin que signifique que el anterior sistema haya sido una maravilla, está claro que el de ahora resultó peor (discursos y “elecciones” incluidas).


Aunque intentando ser cabales, tamaño déficit de legitimidad no podría achacársele sólo al desempeño de los altos cargos, sino cabe retroceder al mismo origen del sistema que por lo inédito no aseguró su éxito sino marcó su fracaso; al hecho de haber emergido de una Constitución aprobada en un cuartel mediante un baño de sangre; de unas “elecciones” en las que los entonces candidatos perdieron como en la guerra y pese a lo cual, su jefazo le metió no más posesionándoles hasta personalmente. ¿Qué hacer entonces? Por lo pronto, cabría por lo menos –como Estado- evitar cumplir aquello de CICERON: “Cualquier hombre puede cometer errores, pero sólo un tonto persiste en su error”.