RESOLANA
Bordes difusos
Bordes difusos
Rocío Estremadoiro Rioja.- ¿Qué es lo que hace públicos los pecados privados de líderes políticos? La respuesta más obvia es que se trata de personas públicas. Después del “affaire Lewinsky” del que fuera presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, quizá tres de los casos recientes más bullados de exposición pública de pecados privados son el del italiano Berlusconi y del francés Hollande, ambos también jefes de Estado en sus correspondientes países, y Paul Wolfowitz, el presidente director del Banco Mundial obligado a renunciar por un escándalo sexual.
El denominador común en los casos mencionados, en otros que se han conocido en los últimos años y en muchos que nunca se hacen públicos, es que se trata de “asuntos de faldas”, como solía decirse antes, cuando, en realidad, debería decirse asuntos de pantalones, porque parece que ciertos caballeros no pueden mantener las braguetas cerradas.
Sin embargo, con seguridad debe haber cientos de historias en las que los temas en cuestión no competen a asuntos de amor y sexo, sino a manejos de dinero, de corrupciones varias y de abuso de poder. Pero, como ya es sabido, la curiosidad pública se exacerba aún más cuando en los escándalos hay sexo y romance. Algunos son más sonados que otros, principalmente por la jerarquía del cargo que ocupen los involucrados, por el tamaño de sus responsabilidades de gobierno o por los niveles de fama que hayan alcanzado.
De todos modos, la sabiduría del gran público, ese monstruo atizado por los medios masivos, diferencia bien sus niveles de escándalo según se trate de personajes de la farándula o de jefes de Estado, adjudicándoles a éstos un juicio social más aguzado, probablemente porque asume que artistas y comediantes pagan, en cierto modo, el “precio de la fama”, mientras que quienes optan por la política asumen con esa decisión compromisos de responsabilidad social.
Alrededor de estos temas ha vuelto a salir un viejo debate, que es la supuesta separación tajante entre vida pública y vida privada. Una disociación que desde hace décadas el discurso feminista develó como una falacia impulsada por los valores burgueses que asumen un tipo uniforme de familia y una supuesta inviolabilidad de la vida de ésta puertas adentro de los hogares.
Curiosamente, son los mismos/as políticos quienes se encargan de violentar las fronteras entre lo público y privado, convirtiendo momentos personales en acontecimientos públicos, como ocurrió en Bolivia con los matrimonios del Vicepresidente del Estado y del Alcalde de la ciudad de La Paz, validando, de ese modo, el carácter abierto que tienen sus vidas privadas, precisamente, por las funciones electivas que desempeñan.
Valgan estos ejemplos para remarcar, como lo hizo la periodista Luisa Carradini, hace poco en el periódico argentino La Nación, que “el escándalo (de Hollande, en Francia) vuelve a plantear la vigencia de una tradición cada vez más difícil de respetar en el mundo actual: la frontera entre la vida privada y la vida pública. Sus defensores parecen estar convencidos erróneamente de que esa línea de partición no cambió desde hace décadas. La verdad es que, durante ese período, tanto la pareja como la familia atravesaron modificaciones fundamentales”.
De ahí proviene la exigencia de coherencia que se hace a quienes desempeñan funciones públicas. Por supuesto no se trata sólo de “faldas”, sino de todos los ámbitos de la vida cotidiana, que incluye fuentes y manejo de dinero y del poder delegado que les otorga el soberano. Por tanto, la consigna feminista sigue siendo una alerta vigente: lo privado es político.
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