Jueves, 6 de febrero de 2014
 

SURAZO

Don Joaquín y la degradación del indio

Don Joaquín y la degradación del indio

Si Joaquín Gantier fue una luz, yo tuve el privilegio de ser testigo de algunos de sus últimos destellos. Fue hace unos 19 años, en mi segunda permanencia en Sucre, cuando estudiaba Periodismo Radiofónico con la Universidad Católica Boliviana y la Fundación Konrad Adenauer. Mi grupo de estudio eligió un tema histórico para una evaluación y mis compañeros sucrenses sugirieron entrevistar a Don Joaquín. Sólo cuando acudimos a su casa de la calle Azurduy supimos que estaba muy enfermo. Y sólo cuando estuvimos frente a él, postrado en un lecho de sábanas tan blancas que opacaban sus canas, supimos que ahí reposaba un gigante.
Aunque desvariaba por momentos, Joaquín Gantier seguía siendo una luz, un faro que podía guiar a cualquier viajero de la historia a un puerto seguro. Gracias a él, a su voz, su testimonio, nuestro trabajo aprobó con nota de sobresaliente y yo gané una rareza: la última entrevista, grabada en un cassette de cinta magnetofónica.
Aquella experiencia agrandó el impacto de la noticia de su muerte. En Potosí se le dio una gran cobertura debido a que había nacido en una provincia de ese Departamento.
Tuvieron que pasar 20 años para que me entere de que Joaquín Gantier Valda debió ser Joaquín Gantier Rodríguez porque su verdadera madre fue Fortunata Rodríguez, una chola de Siporo, provincia Cornelio Saavedra de Potosí, el lugar de nacimiento del insigne historiador.
El dato está en el último artículo del escritor y periodista Oscar Díaz quien, a su vez, se basó en el libro “Dos ramas del mismo tronco” escrito nada menos que por el hijo mayor de Don Joaquín, Gonzalo Gantier Gantier.
Tomando en cuenta la dimensión de la figura de Don Joaquín, se trata de una revelación mayúscula: el primer custodio de la Casa de la Libertad se había sentido apabullado por el desprecio que la sociedad sucrense destilaba hacia él por su origen cholo, provinciano y potosino, tres características que para ciertos sectores capitalinos son poco menos que pecados capitales.
No sé si, en la amplitud de su clarividencia, Don Joaquín llegó a enterarse de que en Sucre existe una logia secreta que tiene como uno de sus pilares el odio hacia los potosinos, que se agrava cuando, además, concurren los otros elementos, pero lo evidente parece ser que el historiador optó por capitular y, por ello, utilizó como materno el apellido Valda que era el de la mujer que lo crió en Sucre como toda una madre, María Valda.
Como apunta Díaz, el caso de Joaquín Gantier tiene que ver con identidad y pertenencia pero, al mismo tiempo, es un cuestionamiento a una sociedad que permanece anquilosada en ciertas taras del pasado y no sólo está enquistada en la capital del Estado sino en el país entero.
Mariano Baptista Gumucio nos recuerda que, en Bolivia, “nadie se siente, en lo personal, mestizo o ‘cholo’, sino en un extremo ‘indio’ o, en el otro, ‘blanco’, descendiente directo de los primeros conquistadores como sucede, acentuadamente, en Santa Cruz de la Sierra o Tarija”.
Y si eso es extremismo, ¿qué será esa actitud, remarcada por el actual Gobierno, de peyorar o, peor aún, eliminar el adjetivo “indio” para reemplazarlo, equivocadamente, por “indígena”?