Viernes, 7 de febrero de 2014
 

DESDE LA TIERRA

Panamá, 50 años después

Panamá, 50 años después

Lupe Cajías.- Este 9 de enero se conmemoraron 50 años de la más grande revuelta nacionalista panameña contra la presencia estadounidense en la franja costera del Canal interoceánico que unió desde 1904 a los mares del Atlántico y del Pacífico. La protesta de los jóvenes del Instituto Nacional sembró el largo camino hasta la recuperación de la soberanía plena el 31 de diciembre de 2000.
Ascanio Arosemena y otros héroes menores de 20 años se atrevieron a clavar la bandera de las estrellas azul y rojo en la punta del Cerro Ancón, símbolo en 1964 de la garra imperial en pleno corazón del istmo. Muchachos de uniformes colegiales, treparon la colonial barda de hierro para dejar flameando su patria.
Era una niña cuando viví aquellos días, sin embargo, tengo en la memoria de las sirenas de las ambulancias rodando por la Avenida Central, donde vendía mi tía Aída, el olor a quemado y la indignación de los empleados de todos los comercios y oficinas. La fuerza del invasor se impuso, pero no por muchos años.
La rebelión del 9 de enero no fue la primera ni la última, aunque sí la más significativa y la más dolorosa por los chicos asesinados. Fue semilla fecunda y en 1968, Omar Torrijos y un grupo de oficiales de la Guardia Nacional dieron un golpe de estado con la principal tarea de recuperar el Canal.
Desde el inicio de su Gobierno, Torrijos expresó su simpatía por la causa marítima boliviana, que asemejaba a la panameña, así lo expresó a sucesivos Gobiernos y principalmente a Jaime Paz Zamora, a quien dio cobijo en 1980 y con quien compartió la importancia de tener una estrategia para recuperar territorios soberanos.
El líder istmeño comprendió que ni 10, 100 o mil gestas heroicas como el 9 de enero doblegarían al águila de la Casa Blanca, sino una fortaleza interna unida detrás de la causa común y un frente externo de amistad con todos, con el único rasgo común de apoyar la reivindicación panameña.
A diferencia del Estado Plurinacional que envía señales contradictorias a instituciones internacionales en La Haya (sean cortes o arbitrajes) o a Europa con la expulsión de sus entidades sociales, Panamá abrió sus puertas a todos, desde el Sha de Irán, el M-19 colombiano, el Frente Sandinista o el Frente Polisario, los palestinos, los grandes banqueros suizos y alemanes, las multinacionales, los joyeros y amplió un gran lobby en cada foro mundial con un discurso coherente y sin estridencias. Panamá ganó al mayor imperio del siglo XX porque lo rodeó de alfiles, caballos y peones.
Como periodista, pude seguir el inicio de las cumbres presidenciales, la diplomacia directa dirigida por profesionales y hábiles políticos y las decenas de reuniones que Panamá lideró desde entonces, con ese aprendizaje del David que venció al Goliat no con una honda, sino con una cancillería de verdad.