EDITORIAL
Oruro, 233 años después
Oruro, 233 años después
Hoy, tal como hace 233 años, de la manera como Oruro afronte y resuelva sus problemas, depende en gran medida la suerte del resto del país
Hoy se conmemora el 233 aniversario de uno de los primeros y más importantes hitos del proceso que condujo a la independencia americana de la corona española y a la constitución de nuestro país, cuando el 10 de febrero de 1781 se produjo en Oruro una rebelión popular liderada por Sebastián Pagador. Fue el inicio de una ola de sublevaciones populares.
La rebelión orureña, que con toda justicia puede ser considerada una de las precursoras de los movimientos libertarios, tuvo la especial cualidad de reunir por primera vez alrededor de una voluntad común a mestizos, criollos e indígenas. Sin perder de vista sus eventuales divergencias y a pesar de los conflictos de intereses que los separaban, comprendieron que a todos convenía una ruptura de los lazos que los unía a la corona española a través de una red burocrática que los despojaba del fruto de su trabajo.
No fueron razones sentimentales ni mucho menos algún espíritu patriótico –concepto por entonces inexistente– lo que unió a los orureños de aquel entonces. Fue la consciencia de que pese a ser la suya una tierra muy favorecida por la naturaleza, eran otros los que se beneficiaban de su riqueza dejando a sus habitantes una porción tan pequeña que no se podía aceptar con resignación.
Salvando las distancias temporales, no sería exagerado decir que pese al tiempo transcurrido las inquietudes del pueblo orureño no han cambiado en lo fundamental. Es que hoy como hace 233 años, y a pesar de los muchos y profundos cambios que se han producido desde entonces, sigue siendo muy grande el contraste entre la abundancia de riquezas naturales de sus suelos y la pobreza de gran parte de sus habitantes, lo que confirma que la dependencia de los recursos extractivos puede ser más nociva que benéfica para una región si no va acompañada de una diversificación de las actividades productivas y una administración libre de intereses ajenos a los de sus propios habitantes.
Consciente de esa realidad, Oruro no ceja en su afán de conquistar un papel cada vez más activo en el proceso de desarrollo del país y hacerlo sin depender de la benevolencia con que los poderes centrales le den una porción más o menos grande de su producción minera, sino volcando también sus esfuerzos al desarrollo de potencial agrícola, cultural y turístico.
Durante los últimos tiempos, algunos pasos se han dado en ese sentido, aunque con resultados que distan mucho de los esperados. La inauguración del aeropuerto internacional, por ejemplo, no ha pasado de ser un acto más simbólico que real y el ritmo lento al que avanza la construcción de la doble vía que unirá a Oruro con La Paz continúa dificultando su vinculación con el resto del país y el exterior.
Sin embargo, y a pesar de las muchas limitaciones, Oruro no deja de demostrar su decisión de disminuir su dependencia de los recursos minerales y ampliar la base de su economía, empeño que es de esperar sea exitoso pues hoy, tal como hace 233 años, de la manera como Oruro afronte y resuelva sus problemas depende en gran medida la suerte del resto del país.
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