Miércoles, 12 de febrero de 2014
 

OBSERVATORIO

Miedo al libro y a los escritores

Miedo al libro y a los escritores

Demetrio Reynolds.- A pesar del monstruoso aparato que moviliza y apoya al principal candidato oficialista, y con impresionante cuerpo de seguridad, a pesar de eso, hay miedo en sus filas. Todo lo que escapa a su control les causa pánico; se aturden, se ponen nerviosos; les traiciona el subconsciente y dicen cualquier cosa, como sucedió recientemente con la visita del premio nobel de literatura.
En distintas épocas, no dejó de ser conflictiva la relación de los escritores con el poder político de los regímenes autoritarios. Sin embargo, Vargas Llosa, no sólo por su notoriedad intelectual, siempre encontró en Bolivia expresiones de gran aprecio; por eso causó sorpresa que esta vez se lo vea con distinta actitud. No se justifica, pero se explica por la circunstancia antes anotada.
Dejando de lado la disparatada suposición de que un político boliviano exiliado en EEUU propició su visita, las más de las críticas han hecho alusión a su fracaso como candidato a la presidencia. Han elegido para denostarlo el flanco más vulnerable y lo que menos gravita en su personalidad, la política. Pero es fama que Fujimori se apoderó del programa propuesto por Vargas Llosa, y con la aplicación de esa política gobernó el Perú.
En realidad, no es la diferencia ideológica la que predispone mal a los políticos contra los escritores. Hay una causa más profunda. Es la reacción instintiva del “animal político” ante el símbolo de libertad y de rebelión que representan aquellos, y el rechazo a la sumisión que pretenden imponer los dictadores. El toro de lidia se enfurece al ver el rojo en manos del torero; según la leyenda, el ajo espanta a los vampiros. Similar es la fobia de los dictadores hacia los libros y los escritores.
Algunos ejemplos: Fedor Dostoieski fue perseguido y condenado a nueve años de prisión en la Siberia por el zarismo. Años más tarde, el autor de la novela Archipiélago Gulag (1973), Solzhenitsyn, también fue condenado a trabajos forzados por haber denunciado la estructura de represión comunista. En esa misma órbita del fanatismo, un líder religioso iraní ofreció tres millones de dólares a quien victimara al autor de “Los versos satánicos”, Salman Rushdie, acusado de ser “blasfemo contra el Islam” (1989).
En el Ecuador de Correa, pero en otro tiempo, el escritor Juan Montalvo, tras una tenaz lucha contra el tirano de su país, pudo al fin exclamar: “Mi pluma lo mató”. Nadie ha repetido esa frase, pero los tiranos siguen. Los escritores Miguel Ángel Asturias y Augusto Monterroso vivieron gran parte de su vida en el exilio forzoso. ¿Qué decir de la diáspora masiva de disidentes cubanos a causa de la dictadura comunista en la isla?
Esa misma reacción instintiva hubo contra el escritor peruano; porque “el poder, antes que una moral –según él mismo afirma–, es una praxis que exige continuas transacciones con el engaño y la mentira para ser exitoso”. De ese fondo ético salió la grotesca versión de que el nobel vino en apoyo a la oposición.