Miércoles, 12 de febrero de 2014
 

DE-LIRIOS

Desde mis sueños

Desde mis sueños

Rocío Estremadoiro Rioja.- Si en casi un 40 por ciento de nuestra vida experimentamos un mundo alterno que se dibuja como mágico y quimérico, ¿por qué le restamos importancia? A pesar de ello, aunque más parezcan tanteos a tientas, los sueños han sido motivo de extensas elucubraciones religiosas, filosóficas y científicas.
A veces, siguiendo las pautas del psicoanálisis, me complace cavilar que los sueños son una especie de diálogo con uno mismo. He tenido largas "conversaciones" con mi "cabeza" mediante mis sueños, la mayor parte arrasadoras y lacerantes, especialmente cuando una verdad dolorosa quiere salir a flote y lo termina haciendo desde la dimensión onírica.
No obstante, dado que se me diagnosticó de niña que soy preocupantemente propensa a la fantasía (conclusión de un psicólogo), prefiero pensar que los sueños son una misteriosa conexión con una realidad donde el tiempo, el espacio y la gravedad se difuminan. No hay otra explicación para aquellos sueños maravillosos en los que se puede volar y llegar adonde te lleven las ansias. Es increíble sentir la sensación física de elevarse, del aire golpeando el rostro y surcando el cuerpo. Me gusta visitar lugares conocidos que en el sueño parecieran adquirir colores extraños y renovados. Pero más aún, el viajar lejos por montañas, océanos y campos floridos, para luego descubrir, cuando he tenido la fortuna de conocer en la vigilia tales parajes, que sí existen en la realidad física.
Otras ocasiones he soñado con algún evento específico que después se hizo “real”. Nunca olvidaré un sueño donde vi un arcoíris magnífico. Al día siguiente, sofocada por el trabajo, decidí caminar por el barrio bajo un tímido sol. De pronto, cayó una copiosa lluvia. Extasiada por el agua tibia y por el canto de tordos y gorriones que suelen emocionarse cuando el cielo suelta su líquido transparente, seguí mi camino hacia un ceibo que concentraba los trinos. No di crédito a mis ojos cuando ante mí se presentó el arcoíris de mi sueño, tan nítido, colorido y grandioso que estuve varios minutos confundida entre si me encontraba despierta o estaba soñando.
Algunas culturas, ecos de sabidurías olvidadas, atribuían estos extraordinarios fenómenos a facultades del ser humano que van más allá de la comprensión de sus características físicas. Los dogmas del método empírico y la subestimación mercantilista y etnocéntrica de saberes cuyo origen no fue europeo, ambas semillas indelebles de un conocimiento considerado único y universal, han relegado tales posibilidades, procurando, en cambio, un frenetismo acelerado donde el 40 por ciento de nuestra vida apenas sirve para la reposición de energías y asegurarnos como engranajes acríticos, autómatas y consumidores de chatarra. Sin embargo, alguna heredad se conserva de mayas, egipcios o senoi. Estos últimos son una etnia de Malasia que otorga a los sueños una importancia crucial como fuente de aprendizaje.
Entiendo que al lector le pueda parecer raro que en una columna de opinión, donde lo habitual sería abordar temas de la coyuntura política, se me haya ocurrido compartir estos retazos de mi subjetividad. Pero hay momentos en que me siento rebasada por la decepción y el hastío cuando contemplo, por ejemplo, cómo queman las carpas de los afectados por los regímenes militares que hace años protestan a nombre de la memoria colectiva sin que nadie, en medio de un Gobierno abanderado como la “izquierda antidictadura”, abogue por ellos, o cómo la descomposición social se expresa cotidianamente en manifestaciones colectivas de oscurantismo, autoritarismo, racismo o xenofobia.
Entonces, por lapsos benditos de renovación, me refugio en mis “de-lirios” más íntimos e intensos. Así, esta noche me iré de vuelta a mi mundo onírico, pensando en las “Ruinas circulares” de Borges, en “Sueños” de Kurosawa o en las enseñanzas de Juan Matus, fantaseando que es posible franquear los confines de universos inimaginables, a través de los sueños.