OBSERVATORIO
La desnudez de un país “rico”
La desnudez de un país “rico”
Demetrio Reynolds.- ¿De qué país estamos hablando? ¿Del opulento que pinta a colores el techo o del que se cae a pedazos por efecto de la lluvia? Las dos realidades existen; están a la vista. Para ver la una o la otra, depende quién sea el que quiera verla. Si eres por lo menos un “originario” asimilado o converso, verás el país de la fantasía. Con un poco de suerte, la propia Alicia te acompañaría en paseo por el mágico reino de las maravillas.
Claro que no es para asombrarse. En estricta verdad, sólo se trata de ver lo que se tiene al frente, para anotar como en el “cacho”: lo que se ve; cosa que siempre es posible, a menos que uno sea un fanático escudero palaciego, cuya especialidad es –entre otras– defender hasta lo indefendible, amén de presentar la verdad como mentira y la mentira como verdad. Esas, con marca de “Alicia”, son otras maravillas del proceso de cambio.
Sólo con la intención de ilustrar, un inventario parcial: como se recordará, la nave presidencial –el lujoso Falcon de magnate– le cuesta a Bolivia 38 millones de dólares. El oneroso museo de Orinoca es una realidad tangible como el faraónico proyecto del nuevo palacio para los dioses de la hora. El Túpac Katari ya surca el espacio cósmico, pero nos cuesta la friolera de 300 millones, también de los verdes. Para no tener miedo, sea por aire o por tierra, una legión de “sabuesos” bien equipados vigila la partida y la llegada del jefazo, y no lo hacen gratis. Revelar por cuánto, sería un escándalo.
Para el marketing electoral, otra millonada mediante, se logró el ingreso del Dakar para utilizarlo asociado con la imagen del candidato (aplicación del reflejo condicionado de Pavlov). De modo similar, allá en la plaza conquistada se echa la casa por la ventana para el G- 7. ¡Lo que son las cosas! La tierra brava: de lo que antes era contestaria, rebelde y combativa; es ahora dócil, sumisa y obediente.
En el país ignoto y olvidado todo es diferente. El incesante aluvión de aguas está causando estragos, con mayor incidencia en las 34 (de las 36) naciones ficticias del denominado Estado Plurinacional. Viviendas, caminos, cultivos y ganadería están bajo el agua; la ayuda es discriminada, lenta e insuficiente. Como se sabe, los medios y la capacidad reactiva de un país dependen del grado de desarrollo alcanzado. Japón y Chile, con mayores catástrofes, sufrieron menos daños que Haití.
La población otrora marginada supuestamente ocupa ahora el primer plano de la vida nacional; pero en dos periodos presidenciales continuos la infraestructura básica sigue siendo la misma; nada importante ha cambiado. La lluvia descorrió el telón para ver el trasfondo de la apariencia. Como nunca ricos; como nunca pobres. ¡Triste paradoja de la realidad!
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