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La democracia y los nuevos tiranos
La democracia y los nuevos tiranos
J. Lizandro Coca Olmos.- El reciente ataque a los activistas por las víctimas de la dictadura en Bolivia, la agresión contra la Asamblea Permanente de Derechos Humanos (perpetrados por grupos afines al Gobierno), así como los últimos sucesos en Venezuela, motivan a reflexionar nuevamente en torno a la democracia y su existencia o autenticidad cuando la libertad y los derechos de las personas son conculcados.
Existe entre los Gobiernos una fuerte tendencia a creer que el solo hecho de haber sido elegidos por el voto mayoritario de la gente les da derecho de manejar el poder sin ningún límite. Pareciera que el voto de la mayoría y/o la popularidad sirven de excusa para pretender que todo lo que se hace desde el poder político está bien, y todo lo que se pronuncie en contra está mal.
La democracia, dentro del conjunto de sistemas de gobierno, es la que mejor preserva la libertad y los derechos de las personas. Sin embargo, para que sirva a esta importante causa debe alejarse de ciertos mitos populares. Por ejemplo, no puede ni debe ser el “gobierno del pueblo” (entendiéndose “pueblo” como la sociedad civil) o de la “mayoría”. La primera, y la más absurda interpretación de estas nociones, sería que el pueblo o la mayoría, literalmente, gobiernan en un régimen democrático; esta idea no es más que una falacia, puesto que nunca, en ningún régimen de gobierno, ha gobernado el pueblo, ello en términos prácticos sería imposible. El pueblo utiliza el mecanismo del voto para elegir representantes que (ellos sí) habrán de gobernar en su nombre.
La segunda interpretación, más razonable y práctica, pero muy peligrosa, es que las decisiones del pueblo, o la mayoría, serían soberanas y, por lo tanto, aunque ellos no ocupasen concretamente las magistraturas del Estado, quienes lo hicieran deberían acatar todo lo que aquellos instruyeran.
Quienes defienden esta noción de democracia (entre los que se cuenta al vicepresidente García) olvidan que la misma fue creada buscando la limitación del poder coactivo de los Gobiernos. El problema de que el único límite del Gobierno sea el de la opinión mayoritaria, es que se le otorga a la mayoría un poder ilimitado, fácilmente capaz de degenerar la democracia en una tiranía de la mayoría sobre la minoría. ¿Qué pasaría si la mayoría del pueblo se pronunciara en favor de la restitución de la pena de muerte?, si la violación de la libertad y los derechos de las personas es aprobada por voto mayoritario ¿deberíamos hacerlo y seguir pretendiéndonos democráticos?
El filósofo Karl Popper decía que “las democracias no son gobiernos del pueblo, sino ante todo instituciones preparadas contra la dictadura. No permiten ningún dominio semejante al dictatorial, ninguna acumulación de poder, sino que intentan limitar el poder del Estado.”
Entonces, la democracia es un sistema de gobierno opuesto a todo tipo de dictadura (incluida la de la mayoría), en que la actuación de las autoridades y los ciudadanos debe circunscribirse al respeto de la libertad y los derechos de todos, sin importar la popularidad de las primeras ni las pasiones de los segundos.
No existe algo así como “he sido elegido por el pueblo, así que puedo hacer lo que quiera” o “tengo el apoyo del pueblo para cometer este abuso”. Eso no es otra cosa que una nueva forma de tiranía encubierta por un manto de pseudodemocracia.
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