La utopía cristiana
La utopía cristiana
Jesús Pérez Rodríguez, OFM..- Continuamos con el evangelio de Mateo 5, 38-48, quien nos pone la antítesis entre el “se les dijo” y el “pero yo les digo”. Siguen las palabras exigentes sobre cómo debe ser un cristiano, un discípulo de Jesús. El pasado domingo, vimos cuán exagerado era Cristo en lo que respecta al divorcio, a la fidelidad matrimonial, a los juramentos y el insulto al hermano considerándolo como el asesinato u homicidio. La radicalidad –nadie más amoroso y radical que Jesús– sobre la doctrina del amor fraterno es el gran tema de las lecturas de este domingo, que nos cuestionará y nos invitará a revisar el tema del amor cristiano.
Las páginas del libro Levítico nos sitúan ante el Dios siempre santo, proponiéndose él mismo como el modelo de la santidad, “serán santos porque yo, el Señor de ustedes, soy santo”. Y, hace unas aplicaciones a nuestra vida de cada día partiendo de lo que él hace: “No odiarás a tu hermano… lo corregirás… no guardarás rencor a tus parientes… no te vengarás”. Termina esta breve y grandiosa enseñanza con una norma de oro: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No cambiemos o acomodemos la Palabra de Dios según nuestras comodidades o egoísmos, es amar de verdad y buscar el bien del otro como buscamos el bienestar nuestro. Esta es una tarea ardua, exigente y cansadora. Es realmente una utopía de Cristo, pero posible.
El evangelio de hoy, Mateo 5, 38-48, está en plena concordancia y nos propone el modelo de amor de Dios santo, lleno de misericordia. Junto al Padre está su ícono, Cristo, “ámense los unos a los otros como yo les he amado”. Sólo así seremos santos. El Papa Francisco comentando, el año pasado, en una audiencia de los miércoles, reflexionaba cómo la Iglesia es “santa” y se preguntaba cómo nosotros, siendo pecadores, jóvenes, hombres, mujeres, sacerdotes, obispos, cardenales; el Papa dijo cambien, podemos y debemos hacer santa la Iglesia. Porque el mandato de Dios está ahí, “sean santos como yo, el Señor su Dios, soy santo”. Pues ni más ni menos que amando a los demás como a sí mismo. ¡Qué difícil! ¿Utopía? No. Dios nos lo manda.
El espejo es para mirarse, ¿quién no se mira en él? Tenemos un espejo divino en el que todos podemos mirarnos, no nos miremos en nadie que no sea Dios y su Hijo. Pero debemos pasar del espejo al actuar de cada día, debemos mirarnos en nuestro accionar de forma que hagamos el bien según el modelo y ejemplo que tenemos de Dios, que evitemos el mal, de tal manera que practiquemos la caridad sin mirar a quien. Jesús dice y nos pregunta, “si ustedes aman a los que les aman, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?”
Los comentarios de prensa a las homilías de papas, sacerdotes, predicadores, catequistas… suelen silenciar las enseñanzas de Cristo Maestro y de la Iglesia a aspectos sensacionalistas, llamativos, novedosos, en contraposición con otros expositores o mensajeros del Reino de Dios y reducen entonces la profundidad del mensaje que se da en nombre de Dios. Esto está sucediendo, día tras día. El meollo del evangelio que predicó Pablo, Pedro o el Papa Francisco está en el sermón de la montaña que abarca los capítulos 5-6-7-de San Mateo, de manera especial.
Cristo cambia la ley de talión en la ley de las bienaventuranzas o nuevos mandamientos. Que no es otra cosa que exigirnos el llevar a la cumbre de la perfección la letra muerta, pero exigente de los mandamientos. Estamos llamados a ser santos. La santidad es la comunión de vida con Dios Padre y con su Hijo, Jesucristo, y con el Espíritu Santo. Tanto cuanto nos acerquemos a Dios, que es amor, que es comunión de personas, seremos engendrados unos a otros caminando hacia la unidad, hacia el amor, en primer lugar a los cristianos entre sí, pero también con las personas de todas las razas, culturas y pueblos, y de manera especialísima con los enemigos.
El mensaje de Pablo en la segunda lectura, tomada de la carta a los Corintios, nos invita a vivir la caridad fraterna ad intra¸ al interior de la Iglesia. A realizar y vivir la unidad con los hermanos que forman el cuerpo de Cristo; todos los bautizados forman “el templo de Dios”. Todos los que se sienten “sabios” humanamente, son necios a los ojos de Dios, porque su sabiduría no es la de Dios sino la del mundo. La sabiduría grandiosa de Dios se concretiza en el amor y la santidad de Dios se expresa en su amor a todos. Todos somos pertenencia de Dios, nacidos del amor de Él para ser hermanos en Cristo, como nos enseña Pablo: “Todo es de ustedes, pero ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios”.
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