PROJECT SYNDICATE
La alianza occidental en la era digital
La alianza occidental en la era digital
Wolfgang Ischinger.- Este fin de semana, Helmut Schmidt y Henry Kissinger participarán en un debate en la Conferencia de Múnich sobre la Seguridad (CMS), como hicieron hace medio siglo, cuando participaron en la primera Internationale Wehrkunde-Begegnung (la antecesora de la actual). Entretanto, muchos acontecimientos habidos en todo el mundo nos han dado motivos para alegrarnos, pero también para reflexionar.
No sólo las crisis que se extienden desde Ucrania hasta Siria impedirán a la CMS, la quincuagésima, convertirse en un ejercicio de autocelebración. La asociación transatlántica, que tradicionalmente ha sido la columna vertebral de la conferencia, ha tenido momentos mejores en el pasado.
Ahora los Estados Unidos han reconocido por fin que en los últimos meses se ha perdido mucha confianza por la magnitud de la vigilancia emprendida por su Agencia Nacional de Seguridad. El discurso del Presidente Obama sobre las reformas de las actividades de recogida de datos de inteligencia de los EE.UU., además de su posterior entrevista en la televisión alemana, representó un primer intento de recuperar la confianza de los aliados de su país, pero señala, como máximo, el comienzo de un diálogo trasatlántico intenso al respecto.
El asunto es demasiado amplio para que lo examinen sólo los gobiernos y los servicios secretos. Lo que necesitamos es un debate internacional amplio en el que participen –pongamos por caso– los públicos americano y alemán, además del Congreso de los EE.UU. y el Bundestag alemán: en una palabra, un debate intraoccidental sobre nuestra relación en la era digital.
En 1963, cuando Ewald von Kleist invitó a los participantes a la primera conferencia celebrada en Múnich, que los americanos han seguido llamando cariñosamente la Wehrkunde hasta hoy, la idea motivadora era la de invitar a nuestros más importantes aliados a un debate sobre los asuntos estratégicos fundamentales que afectaban directamente a Alemania y a la OTAN. En aquella época, el tema principal era la estrategia nuclear de la Alianza Atlántica. Al fin y al cabo, Alemania habría sido la primera víctima de una confrontación nuclear entre la OTAN y los países del Pacto de Varsovia. Kleist quería contribuir a la creación de una “comunidad estratégica” alemana, que pudiera hacer sus contribuciones propias al debate de la OTAN, en lugar de limitarse a aceptar lo que su aliado tecnológicamente superior, los EE.UU., propusiera.
Actualmente, nos encontramos, en cierto modo, en una situación similar. Aunque las repercusiones de la era digital en la seguridad son menos tangibles y no tan destructivas como un ataque nuclear, las posibilidades tecnológicas modifican fundamentalmente el terreno de juego de las relaciones internacionales.
Las revelaciones relativas a las actividades de vigilancia de la Agencia Nacional de Seguridad son sólo el comienzo. Un futuro de “aviones teledirigidos inteligentes” y ciberarmas ofensivas y defensivas plantea muchas nuevas cuestiones éticas, jurídicas y políticas. Nosotros, los europeos, debemos ser autocríticos y reconocer que no sólo vamos a la zaga en cuanto a capacidades técnicas, sino que, además, corremos también el peligro de no entender plenamente y a tiempo las posibilidades y peligros del mundo digital.
Y, naturalmente, a no ser que logremos mantener una posición unida dentro de la Unión Europea, apenas podremos entablar negociaciones sólidas con los americanos sobre ciberasuntos. Haciéndolo nos situaremos en una posición mejor para negociar en condiciones de igualdad con los EE.UU., del mismo modo que podemos hacerlo respecto de los asuntos comerciales.
En el pasado, la participación de los aliados occidentales en la OTAN y su Grupo de Planificación Nuclear servía para que se tuvieran en cuenta sus preocupaciones e impedía que se convirtieran en meros objetos de la estrategia de los EE.UU. Actualmente, necesitamos iniciativas similares respecto del mundo digital. Quienes esperan lograr una verdadera cooperación deben estar dispuestos a hacer sus contribuciones.
En la CMS de este año van a participar no sólo funcionarios encargados de la seguridad de muchos países, sino también tres docenas de diputados alemanes y una delegación importante del Congreso de los EE.UU. Ésa es la razón por la que la conferencia es una oportunidad excelente para intensificar el debate transatlántico. Al fin y al cabo, seamos sinceros: sólo si el Congreso regula las actividades de las agencias de inteligencia de los EE.UU., habrá cambios reales en su comportamiento.
Las revelaciones y los debates resultantes habidos en los últimos meses han mostrado que también muchos políticos de los EE.UU. se sienten incómodos con las libertades que se han tomado los servicios secretos. Sin embargo, sin una presión interna, poco cambio habrá. Resulta tanto más importante que las partes interesadas de la sociedad –las empresas, las ONG o las comisiones internacionales de expertos– tanto aquí como en los EE.UU. participen más intensamente que antes. Este asunto nos afecta a todos.
El debate no es –ni debe ser– entre Europa y los EE.UU. Algunos americanos están agradecidos por las revelaciones de Edward J. Snowden sobre la Agencia Nacional de Seguridad, que, según creen, han estimulado una deliberación pública urgentemente necesaria. Podemos afirmar que la posibilidad, garantizada institucionalmente, de la autocrítica es la mejor característica de Occidente: su rasgo más destacado. Nuestras democracias están mejor organizadas que otros sistemas para examinar detenidamente sus propias políticas y reaccionar ante las críticas.
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