EDITORIAL
Ecuador, un nuevo giro en la política regional
Ecuador, un nuevo giro en la política regional
Los resultados electorales y la cautela como ante ellos reaccionó el gobierno de Correa, son señales alentadoras para el futuro de ese país
La derrota que el pasado domingo han sufrido los candidatos de Alianza País, el partido de Rafael Correa, en las elecciones municipales de las tres principales ciudades de Ecuador, Quito, Guayaquil y Cuenca, además de muchas de segundo orden, ha causado un muy fuerte remezón en el escenario político ecuatoriano. Tanto, que no parece exagerado afirmar que marca un punto de inflexión que obligará a las fuerzas oficialistas, y también a las opositoras, a hacer un gran esfuerzo de adaptación a las nuevas circunstancias.
El primer paso en esa dirección lo ha dado el presidente Rafael Correa. Lo ha hecho de la mejor manera posible, al reaccionar con una serenidad que no se le había visto en otras circunstancias adversas al proyecto político que encabeza. Dando una muestra de encomiable sensatez, Correa no tardó en reconocer la derrota, a la que calificó como “dolorosa”, pero se abstuvo de recurrir a epítetos descalificadores de sus adversarios, como se ha hecho norma en algunos países latinoamericanos.
La reacción de Correa ante el revés sufrido bien merece ser destacado, pues puede ser el primer resultado práctico del mensaje dado por el pueblo ecuatoriano a través de las urnas. Y ese no es un pequeño detalle pues, si bien una actitud como esa es muy común y normal en países con democracias maduras, es en cambio muy escasa en regímenes proclives al autoritarismo.
Tan importante como lo anterior fue el segundo gesto de Correa. “Estos remezones hacen bien (porque) “probablemente estamos cayendo en sectarismos, probablemente nos estamos durmiendo en los laureles”, dijo en su primer mensaje de consuelo a sus seguidores.
Tales palabras, pero sobre el tono en el que fueron dichas, tienen un especial significado si se consideran los antecedentes de la conducta política del presidente ecuatoriano que solía ser más semejante a la agresividad de Hugo Chávez o Nicolás Maduro que a la de cualquier mandatario verazmente demócrata. Más aún si se considera que las recientes elecciones ecuatorianas se realizaron teniendo como telón de fondo la crisis por la que están atravesando gobiernos afines al ecuatoriano, como los de Venezuela y Argentina, dramáticas experiencias que, es de esperar, estén inspirando reflexiones autocríticas y oportunos cambios de actitud.
En el otro polo, pero en un contexto muy similar, resulta igualmente encomiable la actitud con que las fuerzas de la oposición ecuatoriana asumieron su victoria. Lejos de la agresividad verbal de otros tiempos, y sin caer en la tentación de triunfalismos gestos de soberbia, contribuyeron durante la campaña electoral, primero, y a la hora de los balances, después, a que en Ecuador se vaya restableciendo el escenario democrático.
Felizmente, las condiciones para que eso ocurra están dadas en Ecuador. Es que si bien hay penosas similitudes con lo hecho por otros gobiernos de la región, como la sistemática conculcación de las libertades, por ejemplo, hay también importantes diferencias. La prudencia con que el gobierno de Correa administró los recursos económicos de su país –al extremo de haber mantenido el dólar como moneda oficial– da cuenta de un sentido práctico que, es de esperar, comience a manifestarse también en el escenario político.
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