EDITORIAL
Egipto y el caos geopolítico y religioso
Egipto y el caos geopolítico y religioso
Dados los antecedentes y contexto de la nueva crisis egipcia, todo parece indicar que el tablero mundial está lejos de llegar a un punto de equilibrio
Como si la vorágine de acontecimientos que se desencadenó en el norte africano con lo que en su momento se denominó “Primavera Árabe” no fueran ya más que suficientes para confundir a todos quienes vanamente intentan comprender lo que ocurre por aquellas latitudes, durante las últimas horas se ha producido un nuevo e inesperado giro en Egipto.
En efecto, la sorpresiva y aparentemente inexplicable renuncia en pleno del gabinete interino, instalado y tutelado por los militares desde el año pasado para dar un aspecto civil a un régimen que cada vez se parece más a las más tradicionales dictaduras militares, es un hecho que a primera vista no encaja en un rompecabezas cuyas piezas, además de lo diversas que son, están mezcladas de manera que a nadie resulta fácil formarse una idea del conjunto.
A esa situación se ha llegado porque lo que ocurre en Egipto es sólo una de las muchas maneras como se manifiesta una crisis que se extiende de un extremo a otro del norte de África y el Cercano Oriente. Por eso, resulta imposible ver el caso egipcio fuera del telón de fondo compuesto por la guerra civil de Siria, el colapso de Irak, la ofensiva islámica en Chechenia o los continuos giros que da en su propio laberinto el conflicto entre Israel y Palestina.
La manera como los principales centros de poder económico, político y militar del planeta mueven o dejan de mover sus fichas en ese tablero de múltiples jugadores es otro factor que agrega complejidad. La indiferencia con que el Gobierno de Barack Obama ha seguido la evolución de la crisis egipcia, después de haberse desentendido de la siria, confirma que Estados Unidos ha optado por la retirada gradual y cautelosa de ese escenario, dejando el terreno expedito para que sea entre Europa y Rusia, como en Ucrania, que se distribuyan las áreas de influencia.
Tan ardua tarea, sin embargo, está lejos de las intenciones y posibilidades europeas, lo que a su vez ofrece las mejores condiciones para que Rusia, bajo el cada vez más sólido liderazgo de Putin, recupere posiciones después de casi tres décadas de continuos retrocesos. A ello ayuda la ya tradicional simpatía con que los militares egipcios, y especialmente su comandante, el mariscal Abdel Fattah al-Sisi, ven una posible reconstitución de su alianza con Rusia.
Esos factores, sin embargo, pese a lo importantes que son, resultan opacados si se considera que a la hora de tomar posiciones todos tienen como principal punto de referencia la lucha sectaria entre los musulmanes suníes y chiíes, una especie de guerra religiosa que atraviesa el mundo islámico sin reconocer fronteras ni consideraciones más mundanas como los cálculos políticos o económicos, lo que añade dificultades a la hora de tejer y destejer alianzas internas e internacionales.
Ahora, cuando se da por descontada la candidatura y victoria de Al Sisi en las próximas elecciones previstas para abril, todo parece indicar que los sectores más intransigentes del militarismo nacionalista panárabe volverán a ser actores protagónicos y los sectores laicos y democráticos del mundo musulmán, sus principales víctimas. Y todo en vísperas de la conmemoración del inicio de la I Guerra Mundial.
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