DE-LIRIOS
Apague el televisor
Apague el televisor
Rocío Estremadoiro Rioja.- Confieso que quería escribir sobre la crisis en Venezuela. Sin embargo, aunque tengo una opinión formada al respecto, lo alarmante es la información sesgada que nos llega desde ambas esferas del conflicto.
Por un lado, ¿quién puede confiar en CNN y medios afines, capaces de manipular la información a favor de los intereses de los que están convencidos que América Latina es su patio trasero? ¿Cómo fiarse de los publicistas de tendencias genocidas, ésas que invadieron Nicaragua de la manera más despiadada o que fueron capaces de enajenar a sus soldados con drogas que potenciaban la violencia, para intentar doblegar a Vietnam? ¿Cómo confiar en los que justifican el lanzamiento de dos bombas atómicas y luego, desde la industria cultural, caricaturizan la Segunda Guerra Mundial como un juego de héroes y villanos? ¿Cómo validar la información de los mismos que apoyaron y financiaron las dictaduras militares en nuestros países?
Empero, por otro lado, deja sabor amargo la propaganda de los llamados “socialistas del siglo XXI”, porque se recuerda que muchos de ellos siguen convencidos, en el caso de Bolivia, que el actual régimen es revolucionario y protector de la madre tierra, tragándose retórica vacía, mientras los que vivimos por estos lares, experimentamos el creciente abismo entre la praxis gubernamental y los discursos. ¿Cómo no pensar que en Venezuela sucede algo similar?
Lo que queda claro es que si la intención del ciudadano es desinformarse deliberadamente no tendrá más que prender el televisor y ver una mayoría de los noticieros nacionales. Lo primero que llama la atención es la cantidad de largas y costosas publicidades gubernamentales, lo que coincide con una especie de silencio para abordar temas “políticos” incómodos. Generalmente, lo que abunda en tales emisiones, es el amarillismo semejante al “metro policial” y el entretenimiento fácil y estereotipado ¿Será casual?
Así, entre violaciones y parricidios, a los presentadores les encanta anunciar, con una sonrisa estúpida, un “reportaje” con lo último del “miss colita” o “miss tetita”. En ocasiones, se convierten en publicidad parlante de empresas de cerveza, refrescos, telecomunicaciones y bancos. Y hasta comentan la telenovela “estrella” del canal.
Otra tendencia es una concentración en temas locales y absurdos, como que se cayó un motociclista borracho en la calle y todavía el/la “periodista” le ensarta el micrófono al semiinconsciente sujeto, preguntando por qué bebió. Todo ello mientras se matan en Siria o Ucrania, noticias que sirven de relleno para el final y que, aparte de ser plagiadas sin citar la fuente, son cortadas para colocar un poco más de “entretenimiento”, al estilo de un perrito que aprendió a caminar con dos patas o de un bebé desafinado cantando a la madre. Ni qué decir del tamaño escándalo que armaron los noticieros de Cochabamba con el famoso “chupacabras” que supuestamente liquidaba animales de granja, sin que falte, incluso, la musiquilla de película de acción, lo que potenció la idiotez colectiva y terminó con el vil “ajusticiamiento” de un animal en peligro de extinción.
Lo terrible es que estos programas son laureados por su “imparcial” y “profundo” contenido y no han faltado los galardones por la “equidad de género” a esos que días antes pusieron en primer plano las nalgas de alguna presentadora. ¿Será que los premios vienen de las mismas instancias gubernamentales, bancos, y empresas que se alimentan de consumidores adormecidos y espectadores acríticos?
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