EDITORIAL
El tiempo de la negociación
El tiempo de la negociación
Es de esperar que el recuerdo de 1958, cuando las fuerzas democráticas derrocaron a la dictadura militar, sirva hoy para mostrar el camino
Más allá de las bravuconadas de algunos representantes de la cúpula civil-familiar que gobierna Venezuela, hay una serie de indicios que hacen prever que ha llegado el tiempo de la negociación política si se quiere preservar la paz en Venezuela y reconducir un precario sistema democrático que tan vapuleado ha estado en los últimos años.
En este sentido, la racionalidad y la experiencia de la región muestran que para ello es indispensable que además de la voluntad de las partes de encontrar salida a la dura crisis que atraviesa esa nación, surja un apoyo internacional imparcial que pueda ayudarlas a encontrar caminos de reconciliación.
Ya el Papa Francisco y la Organización de Naciones Unidas se han expresado de esa manera, y también la Organización de Estados Americanos (OEA) que, lamentablemente, ha pecado de falta de convicción democrática. Si la Iglesia Católica, junto a representantes de esos organismos multilaterales puede convencer a las partes de buscar caminos de acción común se habrá aportado grandemente para que la violencia no termine de enseñorearse en ese país.
En esa línea, los países de la región deberían abstenerse de atizar el fuego de la violencia. Hasta ahora, también la región está dividida. Por un lado, están los países de la Alianza Bolivariana para América (ALBA) que, a coro con los gobernantes de Venezuela, sostienen que la crisis que atraviesa Venezuela no es sino consecuencia de la acción de la derecha y el imperialismo, y rechazan toda posible negociación. Con matices se han alineado en esta posición los gobiernos de Argentina y Brasil, contradiciendo su actuación en otras circunstancias complejas como la que vivió Bolivia en 2003. Otros países, como Colombia y Chile, más bien han optado por un llamado a la concordia, manteniendo una tradicional política exterior.
También han surgido intereses político-sectarios que intentan aprovechar la crisis venezolana para atizar el fuego de la violencia. Es inadmisible, por ejemplo, que un ex mandatario como Álvaro Uribe –y muchos de quienes se identifican con sus posiciones en la región— incentive a realizar acciones de violencia fratricida en una actitud que muestra, una vez más, que las corrientes extremas terminan dándose la mano. Además, conviene anotar que declaraciones provenientes de personajes de esa naturaleza sólo restan legitimidad a la movilización ciudadana de Venezuela.
Por lo señalado, quienes creen en los valores democráticos deben aunar esfuerzos para lograr que en Venezuela se sienten en una mesa de diálogo los adversarios para buscar soluciones de corto y mediano plazo que eviten más violencia y, además, preservar el sistema democrático. Más aún, si ya lo hicieron en 1958, cuando se derrocó a la dictadura militar que entonces gobernaba ese país.
Ir por otros caminos puede provocar que Venezuela se hunda en una guerra civil, inadmisible a estas alturas de la historia, y que tendría severas consecuencias que afectarían en forma determinante a muchos de los países de la región.
Es, pues, hora de la negociación y búsqueda de la paz.
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