Domingo, 2 de marzo de 2014
 

TAL COMO LO VEO

Desastres naturales y calamidades artificiales

Desastres naturales y calamidades artificiales

Waldo Peña Cazas.- El mundo está patas arriba y hacemos alharacas para enderezarlo; pero en el trasfondo de todos los desbarajustes está la morbosa naturaleza humana: nos interesan más los cuentos de hadas que la espantosa realidad: los medios machacan con la boda de Felipe de Borbón y una plebeya o con las travesuras sexuales de Mr. and Mrs. Clinton; pero apenas mencionan las masacres en Irak y Afganistán o los grandes desastres naturales, consecuentes del deterioro ambiental y del cambio climático.
En Bolivia, los políticos están más preocupados por una prematura campaña electoral que por las inundaciones y mazamorras en muchos municipios. Hay muertos y miles de familias sin techo ni comida; pero las cifras ni impresionan a la gente: son frías estadísticas, ajenas a la realidad de las élites citadinas.
Los modos de difusión y de percepción de las noticias revelan la perversa naturaleza del hombre contemporáneo, pues la televisión – el más poderoso instrumento de información, formación y cultura– se ocupa más bien de lo banal y de lo truculento, machacando hasta el cansancio con las correrías del “jet set” internacional o con la inconfesable intimidad de los poderosos. Es lógico: todos quisieran estar en los calzones de un magnate degenerado y nadie en el pellejo de la víctima de una riada.
El hecho noticioso, como tal, no importa mucho, sino cómo afecta a nuestra posición en este mundo. La noticia impresiona si los protagonistas tienen un rostro, un nombre y son conocidos por millones de personas; pero nadie se conmueve por sufrimientos lejanos, dolores anónimos y tragedias colectivas expresados en cifras y estadísticas. Para el hombre común, casi un centenar de muertos y miles de familias sin comida ni hogar son sólo abstracciones, no personas reales, con existencia propia.
Una flor pisoteada conmueve más que un bosque depredado, nos identificamos con la tragedia de una persona concreta: el mendigo que toca nuestra puerta cada día o el conocido que sufre un asalto en la calle; pero no se nos mueve un pelo cuando leemos que miles de niños mueren de hambre en África o son masacrados en Irak. Son sólo cifras ni siquiera precisas, puestas en un papel destinado a perderse en el escritorio de algún burócrata.
“¿Qué intangibles elementos hacen la diferencia entre un acto vil,
execrable y otro justificado o heroico? ¿El color de la piel? George W. Bush se indignaba por el asesinato de un compatriota suyo; pero justificaba los bombardeos de Irak y las torturas a prisioneros suyos. Antes, en la Guerra del Golfo, papá Bush mostró su santa indignación cuando la TV mostró a dos infantes de marina con los ojos en compota, presuntamente por sopapos musulmanes. Toda barbaridad ajena es un crimen, y las propias son “simples excesos.
El Protocolo de Ginebra establece normas para el trato de prisioneros,; pero humanizar las guerras equivale a legitimarlas. ¿Cuándo son lícitos el asesinato y la masacre? ¿Cómo se justifica la prohibición de “armas de destrucción masiva” y se permite el monopolio de armas nucleares por las grandes potencias? ¿Es más ético matar con radioactividad que con gases?
No se puede hacer guerras con guante blanco. La barbarie está en la naturaleza de las guerras, pues no las hay limpias, santas ni de liberación. Todas obedecen a intereses egoístas, a espurias ambiciones o, por lo menos, a oscuros prejuicios. Toda guerra, cualquiera fuere su justificación, desata las más bajas pasiones y despierta los más bestiales instintos.
¿Por qué los organismos internacionales no prohíben, o por lo menos regulan, la fabricación y el tráfico de armas? ¿No fue la ONU fundada para velar por la paz, basada en la igualdad de pueblos y naciones? Ese es otro cuanto de hadas. Distinta es la espantosa realidad.